La
sutileza con que el poder ha conseguido convertir a los hombres en
seres pasivos y desganados, sin intereses, meros consumidores de lo
que dispone el mercado, también en lo que se refiere a los gustos
estéticos, ha convertido cosas como la pasión, la libertad o el
conocimiento en meros reclamos publicitarios, terroncitos de azúcar,
píldoras que se suministran a la sociedad con admirable vocación
universal, como si se tratara de la vacuna contra la viruela. A un
precio razonable.