A
veces, la única forma de proteger la verdad es permanecer en
silencio.
jueves, 31 de agosto de 2017
martes, 29 de agosto de 2017
domingo, 27 de agosto de 2017
Todo
parece indicar que hemos llegado a un punto de no retorno en la
justificación de la desigualdad, de tal manera que solamente quien
haya luchado a brazo partido por no sucumbir a la rentabilidad como
valor supremo tiene, todavía, la osadía de escandalizarse. Aunque
ha de cuidarse bien de no alzar la voz para manifestar su asombro,
salvo que esté dispuesto a soportar la crítica casi unánime de la
gente de orden: “te has quedado trasnochado”, “tampoco conviene
exagerar, no me vas a decir que antes –y se supone que ese antes
engloba la historia íntegra de la humanidad– se vivía mejor”, o
esa fórmula especialmente deleznable: “es necesario aceptar la
realidad, hay cosas que no tienen vuelta de hoja”. Y se quedan tan
campantes. Enfrentado a esas verdades “democráticas” (quieren
decir “mayoritarias”, pero han decidido convertir en sinónimos
esos dos términos) ha de seguir viviendo quien se empeñe en creer
algo tan simple como que la vida de cualquiera vale tanto como la
propia. Ahora como hace dos mil años. En un aislamiento cada vez más
notorio. Y tendrá suerte si eso no lo convierte en un apestado
perseguible de oficio.
sábado, 26 de agosto de 2017
jueves, 24 de agosto de 2017
miércoles, 23 de agosto de 2017
domingo, 20 de agosto de 2017
sábado, 19 de agosto de 2017
viernes, 18 de agosto de 2017
martes, 15 de agosto de 2017
domingo, 13 de agosto de 2017
sábado, 12 de agosto de 2017
viernes, 11 de agosto de 2017
jueves, 10 de agosto de 2017
miércoles, 9 de agosto de 2017
martes, 8 de agosto de 2017
viernes, 4 de agosto de 2017
jueves, 3 de agosto de 2017
Hay
una forma silenciosa de compartir la vida de los otros. No el
bullicio de la multitud, ese río furioso que parece querer
arrastrarnos a todos, sino el gesto único de quien va concentrado en
sí mismo, atento sólo a lo que le ocurre por dentro aunque camine
abstraído o sonría sin darse cuenta o escuche a quien lleva al
lado. De tanto en tanto, acarrea uno a casa un fragmento de esas
vidas todavía calentito, como si fuera una barra de pan para la
cena. No deja de ser, a menudo, para quien está acostumbrado a
captar esa fugacidad, un regalo valioso, una forma discreta de la
felicidad, una manera también sencilla de estar en el mundo.
miércoles, 2 de agosto de 2017
martes, 1 de agosto de 2017
¿Y
si la heroicidad y la cobardía dependieran estrictamente del azar? A
todos nos llega el momento de ser héroes o cobardes, siempre durante
un corto espacio de tiempo –un día, unas horas, unos minutos– y
sin que en la elección de uno u otro camino influya otra cosa que el
impulso que en ese momento nos arrebate, que a su vez depende del
estado en que se encuentre nuestro ánimo. Así que lo más
procedente es no hacer juicios sumarísimos y reflexionar un poco
sobre el comportamiento de las personas. Sin excluir el propio,
naturalmente. ¿Quién establece la frontera entre la poquedad de
ánimo y la prudencia, entre el heroísmo y la estupidez? ¿Se mide
con la misma vara en todos los casos, sin considerar las
circunstancias, la edad, la fortaleza o el desamparo, la
fanfarronería o la delicadeza moral, la desdicha o la felicidad por
la que el protagonista pasa en ese preciso momento? Los “valientes”
gozan a menudo de una ventaja nada despreciable: van armados o están
cerca de alguna forma de poder. Nadie puede ser un héroe a tiempo
completo, salvo que fuera un santo o un semidiós; nadie tampoco es
cobarde en esencia,
en cada pensamiento o acción de su vida, salvo que se trate de un
miserable. No es valiente el poderoso porque vaya a caballo, ni
cobarde el súbdito porque incline la cabeza al paso de la comitiva.
Sólo pretende que no se la rebanen. Para hacer un juicio objetivo
habría que ver a esos dos con los papeles cambiados. Aunque sólo
fuera un rato.
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