La poesía impaciente se desmorona sola.

Gorrión. Se acostumbró a verlo todas las mañanas acicalándose con nerviosa coquetería en la verja de hierro del balcón que daba al río. Su primera actividad, mientras desayunaba, era asistir al espectáculo con una sonrisa y en silencio para no espantarlo y que la secuencia durara cuanto fuera posible. Cuando dejó de acudir (nunca estamos preparados para el abandono), no lo esperaba. Pasó por un breve periodo de desconsuelo que resolvió de golpe sin pensar demasiado en las consecuencias. Bajó todas las persianas, cerró con doble llave la puerta de la casa y se marchó al exilio. Todavía no han vuelto.

Búscate en ese lugar hacia el que nunca miran.

Hay personas con las que no queda otro remedio que ser paciente, so pena de caer enfermo.

La diferencia entre la avaricia y la pobreza no es el dinero, sino la dignidad.

La corrupción económica es pura esquizofrenia: acumular dinero para vivir escondiéndolo.

Quizá no hagamos otra cosa que volver, aunque el resultado sea incierto.

Cada vez que te pierdas, mira a tu alrededor, estás apropiándote de un paisaje que desconocías.

En las manos de un niño todo se hace milagro.

Todo el mundo guarda algo de lo que ha perdido la memoria. Si lo encuentra por azar, si llega a verlo, quizá vuelva a empezar aquel camino que se quedó sin historia.

Sólo en silencio es posible escuchar lo que el silencio tiene que decirnos.

La ternura es un don que sólo los mejores mantienen contra viento y marea a lo largo de la vida.

El impulso siempre es el mismo, lo que varía es el resultado. Como si la belleza y el acierto fueran ajenos a nosotros, duendes juguetones que remueven el polen a capricho en las flores del camino.

Entre la palabra y el silencio, un territorio inabarcable: la gestualidad, lo más genuino de cada uno de nosotros, aquello por lo que casi se nos reconoce.

Hay un camino larguísimo entre lo que buscamos, que nunca está en el mismo sitio, y lo que encontramos, que llega siempre por sorpresa. En el tránsito entre la búsqueda y el hallazgo se quedan tantos hilos sueltos como posibilidades sin explorar.

Cada día se nos cae del alma la migaja de un sueño y el viento se la lleva. Cada noche, una mano invisible la renueva.

Lo peor del optimismo sin fisuras de que algunos hacen gala no es el dogmatismo irracional en que se basa, sino su afán insufrible de endilgárselo, como si fuera un virus, a todo el mundo. Hay que decírselo, aunque sea muy bajito: disfruta de la vida cuanto puedas, no te pierdas una fiesta, sigue tu camino y, sobre todo, te lo ruego, déjame en paz. De los pesimistas irredentos ya se libra uno solo.

El desprecio, ¿sirve para algo?, ¿mejora lo que denigra?

El exhibicionismo se ha convertido en seña de identidad de nuestro tiempo. El silencio o el anonimato, en actitudes sospechosas.

Si sufres porque estás solo, todavía no estás solo. Si, a ratos, te alegras de estarlo, eres casi libre.

¿De donde llegan las palabras? ¿Por dónde entran en el alma y cómo hacer para convencerla de que son precisamente esas las que necesitamos?

Eso que llamamos el vacío no deja de ser, por imposible, una exageración de nuestro espíritu (en ese momento) exaltado.

Cuando mi sola compañía resulta insuficiente, salgo a mezclarme con la multitud hasta que encuentro dos o tres rostros en los que recupero una pequeña parte de mí que se había como desvanecido. Se trata de matices casi imperceptibles, gestos fugaces, hilachas que debo rehacer a base de pespuntes. Los miro intensamente y vuelvo a casa con el alma casi completa.

Cuando algo se desmorona es porque ha perdido la música que lo sostenía.

El exilio es una de las posibilidades que trae consigo cada día. De ahí la necesidad o la obsesión de muchos, a menudo contradictoria, de andar en grupo.

Si no ves en el otro una parte de ti, por oscura que sea, quizá no tengas capacidad real para juzgarlo.

La página en blanco, ¿comparte la incertidumbre de quien le hace frente sin encontrar un resquicio por el que colarse?

La lluvia borra las últimas huellas para traernos, en ráfaga, las que, enterradas, permanecen intactas.

Aunque parezca indiferente, la casa agradece tu presencia. Te gustaría verla por la mirilla cuando no estás.

El miedo es un compañero bobo que nada nos aporta pero no acaba de irse. Siempre quiere otra copa.

El asunto no es ganarse la vida, puesto que hemos de perderla, sino dejarse ganar por ella.