El tiempo de la dicha se evapora como
el agua entre los dedos. El de la desgracia se regodea en la lentitud.
sábado, 31 de enero de 2015
viernes, 30 de enero de 2015
Enmudecemos en presencia de un hombre bueno como si asistiéramos
a un fenómeno extraño. Nos removemos en el asiento cuando alguien dice sin
tapujos la verdad. Volvemos el rostro cuando nos topamos en las calles con la
indigencia absoluta. ¿De qué nos avergonzamos en cada caso? ¿De qué contagio
huimos, como las ratas del barco que se va a pique? Siento que se degrada el universo
si no reconozco uno de esos rostros en el espejo.
domingo, 25 de enero de 2015
sábado, 24 de enero de 2015
Tendré siempre nostalgia del mar porque
no pone límites a la mirada. Es el cuadro del que un dios improbable nunca se
da por satisfecho, una obra siempre en curso, el símbolo vivo de una creación
exigente y caótica. De esa insatisfacción nace la violencia de las tormentas,
la letanía de los naufragios, la
belleza sobrecogedora de sus arrebatos, la magia de sus nieblas, su quietud repentina, su silencio y sus bruscos cambios de talante.
viernes, 23 de enero de 2015
jueves, 22 de enero de 2015
miércoles, 21 de enero de 2015
martes, 20 de enero de 2015
sábado, 17 de enero de 2015
jueves, 15 de enero de 2015
En
un baile popular de los que sobreviven en los calurosos veranos de la ciudad,
siento que mis pies todavía se dejan seducir por el misterio irresistible de la
música. Algo tiene la música que ilumina el alma de algunos hombres, por melancólica
que sea. Por desgracia, las miradas de reclamo, cargadas a partes iguales de
desesperación y de esperanza, me recuerdan la inestabilidad que las sostiene,
el desequilibrio que se esconde tras la euforia de los cuerpos que bailan. La
muchedumbre se agolpa alrededor de la música y se desnuda con aparente
desparpajo. El combustible para la alegría, siempre un poco ficticia, es el alcohol.
Tomo una última copa y vuelvo a casa después de desaprovechar lo que la gente
llama una buena oportunidad. Me desanima, tal vez, el énfasis, la urgencia; también
un adelanto fugaz de la primera imagen que mis ojos contemplarían a la mañana siguiente.
martes, 13 de enero de 2015
lunes, 12 de enero de 2015
Dos
asuntos han usurpado mi corazón por encima de los demás. No el amor y la
muerte, que son hechos, sino la belleza y el miedo, dos ideas, dos conceptos
inasibles que atraen, estimulan, castigan y trastornan la vida de los hombres.
Del amor cabe decir que es el mayor espejismo de inmortalidad que la vida nos
ofrece. La cara asequible de la belleza. Una piedra preciosa que late en medio
de la noche: se apaga mil veces y mil veces incendia los sentidos. Pasado un
tiempo prudencial de la última decepción, que llegamos a creer definitiva, nos
sorprende siempre la insólita capacidad de resurrección de que hace gala la
piel. La esencia de la belleza es su fugacidad. Una herida en el alma que la
experiencia no puede cerrar. Perversidad e inocencia en un mismo trazo. Luz y
sombra. Como viene se va: una estela en el agua. Me conmueve tanto como me
lastima el milagro de los cuerpos jóvenes, los rostros nobles, el bailecito
humilde de las hojas al caer, la eternidad efímera de todo eso. Me estremece
siempre el temblor que estalla cuando unas caderas llueven sobre mis manos,
cuyo origen es incierto: ¿son mis manos lo que tiembla?, ¿tiembla el cuerpo al
que se acercan?, ¿tiembla el mundo y los amantes permanecen inmovilizados por
la insufrible ráfaga? ¿Qué misterio se encarna en ese roce devoto al que me
entrego? La vida se consume en esa contradicción: alimentar la esperanza de
recuperar el destello de la luz y temer la desgracia de sentirla de nuevo
evaporarse como nieve entre los dedos. Ni deseo la muerte ni la entiendo: está
ahí como los días de lluvia. Es una realidad inmóvil, la representación pura de
la paciencia. Sólo cabe aceptarla. Lo que predomina es el miedo. No se trata
tanto del dolor palpable de una enfermedad como de la presencia oculta de la
destrucción en la cueva del alma. El miedo es la amenaza, la sutil carcoma de
las células, la oscuridad inaccesible. Tal vez el único rostro que la muerte
sabe reflejar en el espejo. No tendré tiempo de hacer un inventario. Miedo a
todo, una presencia agotadora que no me ha impedido disfrutar de la vida.
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