Ningún vendaval, ninguna borrasca de las que me han levantado del suelo como si fuera, yo también, una hoja caída (¿quién no lo es algunas veces en la vida?), ha conseguido arrancarme la mirada de pura felicidad infantil con la que celebré la belleza que entraba cada mañana dentro de mí. Ahí seguirá cuando yo falte, ahora sé que la belleza se nutre de todas las miradas que congrega. Como nosotros recolectábamos las moras para hacer la mermelada.

Hoy solo cabe sentir vergüenza de ser hombre. Repugnancia de pertenecer a la misma especie que los miembros de la manada, los abogados que los defienden y los jueces que los justifican. Ser otra cosa. Árbol, piedra, silencio. Cualquier cosa.

Rebelarse ante la muerte es, a veces, muy hermoso, aunque inútil. Llega a su tiempo, que nunca nos parece que sea el nuestro. La derrota no es morir, sino rendirse ante la vida.

Amar quema. No hacerlo ya es ceniza.

Todo lo nuevo de verdad hunde sus raíces en la parte menos visible de lo viejo, la que ha sabido no morir a la espera de que alguien la haga suya.

Conservar del niño que fuimos aunque sólo sea la necesidad de preguntar. Ni siquiera importa que haya respuestas.

El cuerpo expande la alegría. El alma la cultiva en silencio hasta que brota.

La alegría no depende sólo de que nos pase esto o aquello. Está dentro de nosotros como una raíz que presiente el aire que la pondrá a bailar en cuanto asome. Una ráfaga le basta.

Si tienes que salir y quieres pasar desapercibido, quítate la máscara de cada día. Póntela de nuevo al regresar a casa, no olvides que tendrás que pasar casi todo el tiempo contigo mismo.

Por efímera que sea, se acerca a la eternidad, casi la toca, la belleza de las ramas que caen sobre la tierra.

Por encima del brillo de todo lo demás, la costumbre natural de la ternura.

La belleza, cuando envejece, alcanza la plenitud al prescindir del maquillaje.

Qué mal asunto tener que denigrar lo ajeno para afirmar lo propio.

El momento crucial de la mirada es cuando vuelve.

Cuando me pierdo en el sueño, siempre me guía el rumor del mar.

Si de verdad encontraras la belleza absoluta, ¿querrías seguir viviendo?

En el hospital, después de una serie de pruebas médicas más o menos sofisticadas, me llama la atención la frase del celador, amabilísimo, que acompaña a la paciente a su habitación: que no sea nada. Parece una frase vacía, pero quizá está llena de sentido. Que sea nada. Que no sea.

Nada sabe la belleza de sí misma. Tenemos esa suerte los que la contemplamos.

Gacelas. La felicidad, como la luz, no se está quieta.

Sólo cuando guardas silencio recuperas una parte de ti mismo que se nubla cuando hablas. No lo olvides.

Los acólitos de la fugacidad se quedan en la superficie. No llegan a contemplar la culminación de las cosas, quizá porque no la entenderían.

Quedarse en casa para que nadie nos marque el paso. A cara descubierta.

No importa equivocarse si conservamos la intuición de que antes o después volveremos a cruzarnos con lo que dejamos atrás.

La noche es una pequeña tregua en medio de la oscuridad.

La persecución, que se viene prolongando durante toda la vida, ha sido implacable. He tenido que rendirme, sí. Me han derrotado. Soy libre.

Ir a la fuente a por agua como la primera vez. Eso es vivir.

Si tienes amor, riega las flores. No lo malgastes en guirnaldas.

Todos tenemos, igual que las monedas, cara y cruz. Por lo menos. A veces, milagrosamente, como si necesitáramos escapar de nosotros mismos , conseguimos caer de canto.

Las palabras, como nosotros, se fatigan, se desfiguran, se deshacen en la nada. La tarea del poeta es vencer el desconcierto, adentrarse en la oscuridad para recuperar los fragmentos uno a uno. Arrancarlas del vacío, traerlas a la vida como si fueran nuevas cada vez, reconstruirlas con esmero y con paciencia para evitar que se nos desmoronen entre las manos, que se las lleve un viento loco, que se esfumen para siempre. Aunque no lo consiga.

La felicidad no reside en acertar una vez, sino en estar despierto siempre. El azar, la voluntad, el sueño, son herramientas que siempre están ahí, al alcance de la mano.