viernes, 22 de junio de 2018

Sin ruido. Vivir en paz. Dejar que la riada se lleve la hojarasca de las cosas inútiles que se atascan en el alma. Escuchar atentamente el murmullo de lo que nos rodea (el temblor de este lápiz, esa nube que pasa) en el silencio humilde de la casa. Abrirle el corazón a las palabras para que lleguen a nosotros sin adornos. Que nunca falte, a un lado de la puerta, junto al perro que dormita, un cántaro con agua y una mano tendida. Aceptar el regalo de la lluvia. Sentarse al anochecer a ver morir el día y respirar con calma la lentitud del aire que nos llega. Entrar en uno mismo como se adentra el mar entre las rocas sin dejar de ser el mismo, sin ceder nunca el misterio de su inmortalidad.