Las
palabras, a veces, se atascan en el corazón como pecios a la deriva.
Me llegan enjutas y tristes a las manos, como si hubieran perdido el
rumbo después de años de vagabundeo en la oscuridad. Se derrumban
en la orilla sin resuello, inertes. Cuando me acerco a recogerlas
sólo puedo quitarles con cuidado las algas que llevan adheridas al
esqueleto, extenderlas en las rocas con la esperanza de que el sol
haga de nuevo su trabajo: devolverles la vida, secarlas una a una
lentamente mientras yo, emocionado, en silencio, permanezco a la
escucha.