viernes, 27 de marzo de 2015

Me he quedado cavilando sobre el absurdo de concebir proyectos. La vida, si es que las tiene, cambia sus reglas cada día y utiliza distintas varas de medir con cada uno de nosotros. Deberíamos conformarnos con cumplir el pequeño cometido que nuestra pobre imaginación sea capaz de acuñar a la hora del desayuno para desarrollar durante el resto de la jornada. Porque al día siguiente, a causa de la enfermedad, el abandono, el olvido o la casualidad (cosas todas que, contra lo que tendemos a creer, suceden a menudo súbitamente, en las escaleras del metro o al levantar la vista de la página que leemos, en la cola de un cine o en el humilde mostrador de una ferretería), podemos no reconocer al que ayer mismo llevaba nuestro nombre.