En
ese límite del aguante que nos parece ya insalvable, se filtra un
hilo de luz que nos devuelve el equilibrio de reconocernos tal y como
somos. El ladrido de un perro tras la tapia que guardaba los mejores
higos, una caja de latón llena de cromos en el armario de un desván,
la melodía de una canción, uno mismo con los codos en la ventana
fascinado por la lluvia, la baba de un caracol en las manos llenas de
tierra, un nombre, un cuerpo, una lágrima diferente a todas, una
piedrita en el zapato, un sueño o un secreto. Eso
que vuelve a suceder dentro
de nosotros muchos años después.