El ir y venir de la gente, tan similar al de las hormigas,
parece encaminarse a que todos tropecemos (bajo un tórrido sol, frente al
escaparate de una librería o viendo llover desde la sombra de un portal) con la
persona que, de la noche a la mañana, como en un acto de magia, puede hacernos
felices o convertir nuestra vida en una escombrera. No siempre hay término medio.