La paciencia es el único antídoto
contra los embates de la melancolía. Una de las primeras cosas que aprendemos
los que venimos al mundo con ese estigma es a barruntar los síntomas: una cierta
desgana del cuerpo para afrontar la tarea más trivial, un peso leve en las
bolsas de los ojos, una fatiga espiritual sin causa reconocible, una búsqueda
de la penumbra para sentarse a esperar. Como hacen los perros junto a las
tapias en el mediodía de los veranos.