Me
sorprende un comentario que últimamente le escucho a mi madre cada
dos por tres: “no sé qué va a ser de mi vida”. La primera vez
que lo dijo tendría 83 años. Desde entonces lo repite a menudo. ¿Es
posible que a esa edad se ignore que nunca podemos saber lo que va a
ser de nosotros, salvo el final que todos tenemos asegurado? ¿O se
trata, quizá, de una oración? No hace recuento de lo que ha sido su
vida (plagada de acontecimientos, hijos, descalabros, recuperaciones
milagrosas, cambios de rumbo), busca el milagro en el día de mañana,
como una adolescente insatisfecha y rebelde. Con una energía
desmesurada. Tal vez sea eso lo que la mantiene activa y refunfuñona
como un ajo en la sartén. Y a los demás exhaustos.