Esa conversación cada vez más silenciosa que mantenemos al llegar a viejos con el niño que fuimos.

Para quien anda solo, perderse es seguir el rumbo.

Llegué a creer que bastaría la intención para vivir en paz, la reflexión a solas y el silencio, el amor a las cosas más humildes, la costumbre de esperar la luz del alba como un hijo la caricia antes del sueño, la voluntad de ceder ante los otros si sufrían o estaban solos o me amaban. Que iba a ser suficiente una palabra a media voz o una mirada. Ahora sé que se trataba de un error de cálculo. Ahora sigo, casi siempre callado, el camino más antiguo, el que no tiene atajos, y escucho,  paso a paso, descreído, sin hacer más preguntas, el inmortal lenguaje de la tierra y su silencio.

La luz de la madrugada restaña las heridas.

Dejarse guiar por la corriente subterránea que va dirigiendo el curso de la vida aunque a veces sintamos que puede llegar a desbordarnos.

Lo más temible de la gente con las ideas claras ―es decir, inamovibles― es la naturalidad con que se obstinan, antes o después, en imponerlas.

Cuantas más cosas acumules, incluidos los rencores, más renqueante sera tu paso.

Las ramas del limonero bailan esta tarde en el balcón de mi memoria como si te saludaran. Qué poco necesita el paraíso para revelarse.

Deja la puerta abierta, la soledad no es un encierro.

Setenta y muchos ya y acabas de llegar a tu destino, como quien da la luz para afrontar el día. Cuesta creer, más que el camino, haber alcanzado esta revuelta. No hay trampa ni cartón. Se anuncia el deterioro en cada paso y el alma sigue en pie, atenta siempre a cada ráfaga de viento, a la hierba que crece en las cunetas, al latido del sol, a los misterios que cada tanto afloran detrás de las miradas, a los cuadernos en que la gente anota lo que pierde, lo que ya casi olvida o lo que espera —¡todavía!—  del resto de su vida. Se deja atrás a ratos, se demora en las honduras como un niño abstraído en el abismo del mar, se confunde de camino y vuelve sobre sus pasos sin rendirse ni perder la conciencia del dolor. Dispuesta siempre a renovar los sueños y seguir. Como las aguas de los ríos. Como las piedras quietas que perciben también, en la montaña, el roce de los cuchillos, la temblorosa luz de los relámpagos, la caricia del aire, la lluvia de la infancia que se lleva, como siempre, la ganga de la vida, el barro sucio, y nos devuelve, intactos, relucientes, los sueños que no mueren, los primeros, los que nunca se olvidan.

Cuando la vida nos acorrala, siempre tenemos la posibilidad de no rendirnos.

La mayoría de los prólogos debían venir en separata. Para poder descartarlos.

Si llegas a viejo, acostúmbrate a mirar de vez en cuando en los rincones, los altillos de los armarios, los cajones, las ideas, la memoria; comprueba la cantidad de cosas que con toda seguridad no volverás a usar y despójate de ellas aunque solo sea para andar más ligero.

Cuando la vida nos lleva al límite tal vez nos está ofreciendo una salida.

La especie humana, convencida de su superioridad, ha convertido la destrucción en un derecho.

El aullido del lobo da menos miedo que el silencio de los corderos.

El último día que habitamos una casa es conveniente andar con pies de plomo.

Nunca te arrepentirás de haber cruzado el puente aunque del otro lado no hubiera ni rastro de lo que buscabas.

Toda mudanza deja abierta alguna herida, la mayoría invisibles.

Cierra un momento los ojos, mira el mar, salta la verja, corre contra el viento y volverás a ser un niño.

De otra manera: no renuncies a tus deseos aunque sean irrealizables.

La infancia se acaba cuando tenemos conocimiento de la muerte. Demasiado pronto. La mejor forma de vivir es intentar recuperarla, de tanto en tanto, a sabiendas de que es un espejismo.

Cuánta incertidumbre, casi miedo, produce la rotunda seguridad de algunos.

Claro que el mundo puede prescindir de nosotros a su antojo, pero también en algún momento necesita de cada uno para seguir siendo .

¿Cómo se va a rendir quien ha conocido el paraíso?

He vuelto a tropezar, con magnífica alegría, en un puñado de recuerdos que tienen el hábito de llegar en tropel. Muchos otros, quizá la mayoría, están bien en el olvido.

Aproximarse a ese lugar donde no reine la codicia, si es que lo hubiere.

La soledad, de noche, inesperadamente, araña.

Solo en la intimidad sucede, de tarde en tarde, lo que importa, esa paz inesperada a la que no sabemos darle nombre.

Cuídate, sin exageraciones, del viento de la felicidad, no se te vaya a convertir en huracán.

Si nunca has pensado nada que no has llegado a confesar, quizá no hayas vivido plenamente.

La muerte va de un lado para otro haciéndose la distraída, como si no le gustara la palabra siempre.

 Contribuir con lo que pueda cada uno al fulgor de la belleza.

Cuando uno descubre que estaba en un error, en un primer momento parece que se hunde, pero en seguida siente la ligereza de los próximos pasos. Salvo que se empecine en la seguridad de la mentira.

Mires a donde mires, el ruido crece como una mancha de aceite. Pensar empieza a ser una rareza sospechosa. La humanidad habla y habla al mismo tiempo que se enzarza en una destrucción que no parece tener límites. Todo el mundo a la vez. El mensaje es lo de menos. Quizá por eso germina, allá dentro, en muchos, la vieja tentación del silencio.

Cuídate de que no envejezca la mirada que desnuda la belleza para ti, lo demás es superfluo.

Cuando estamos convencidos de que nada puede evitar el hundimiento, ocurre algo, casi siempre imperceptible, que nos devuelve la confianza. Se llama sobrevivir.

Cada derrota es como el árbol desnudo después de la tormenta.

No hay sonrisa más valiosa que la que esbozamos en medio de la oscuridad.

El amor hay que andarlo.

Todo el mundo podría hacer el relato de su vida a partir del rastro de sus cicatrices. Y hacerse, al paso, alguna nueva.

La experiencia nos prepara para el disimulo, no para la decepción, que duele siempre como la primera.

Se me ha hecho añicos la palabra todo. Todo lo demás sigue intacto.

 No dejes de regar con esmero esos minutos en que parece que no va a pasar nada.

¿Lo que se pierde se refleja también en el espejo?

A casa óllame ás veces como se non acabara de chegar.

Quizá no sepa decírtelo con la palabra exacta que pudiera tocarte, con la levedad de un ala, en la palabra exacta.

Las huellas que el viento borra las retiene la mirada.

Hay quien le llama libertad al anhelo inconfesable de imponerse a cualquier precio.

Si te asusta el desorden, que es natural, olvídate de la felicidad, que es fortuita, algo tacaña y huidiza. Busca el  equilibrio entre una y otra. Una pequeña dosis de ambas parece casi imprescindible para vivir

Los científicos, avezados perseguidores de certezas, nunca llegan a conclusiones dogmáticas. Convendría escuchar la resonancia de sus dudas y dejar clamando en el vacío a los vendedores de crecepelo.

Non se desfai ninguén do que sente como quen pecha a porta cando sae á rúa, queda sempre no fondo o murmurio do que foi.

Se quedaba a menudo en casa para tener la fiesta en paz.

Tenía tan alta la autoestima que ni siquiera dudaba en presumir de su maldad.

Si quieres entender el silencio que rodea a las cosas, míralas despacio.

Palabras en la niebla: parpadeos.

Hay cosas, momentos, paisajes, personas, emociones, miradas, abandonos, renuncias, soledades, que debían cambiar de nombre según la hora del día, la estación del año o el sueño en el que habitan.

A veces, lo que está cerca no es más que un espejismo, del mismo modo que no siempre lo que está lejos está lejos.

A un mal día le da la vuelta en un momento el abrazo de un niño.

Nos enfadamos con la muerte como si a ella no le fuera indiferente.

Cada día cuesta más, por eso tiene tanto valor la luz en la ventana.

Cuando voy solo escucho las voces que de verdad importan.

Por mucho que corras nunca serás una gacela.

Sentarse a escribir viene a ser como salir de viaje.

El encuentro. El roce fortuito de la falda o la cadera de una mujer hermosa, el halo de embriaguez o de sueño con que impregnan el aire cuando pasan, la naturalidad terrible de los gestos que trazan sin conciencia de que son como el desvelamiento fugaz de un misterio ancestral, el destello más fiel de la belleza, hacen más soportable el camino a la gente como tú. Las miras, a veces, con un principio débil de esperanza. Alguna te devuelve esa mirada sin hipócrita disimulo, como quien dice aquí me tienes, mueve ficha; otra la acompaña con una sonrisa de acuerdo, acaso imaginaria, que promete el cielo. Luego, porque llega el metro a su estación o a la tuya, porque ha pagado ya los libros que ha venido a comprar en el mismo momento que lo haces tú –te anima esa coincidencia– o porque llueve afuera, desaparece sin dejar rastro. Deseas, con el corazón henchido de gratitud, que ella tampoco lo lamente.

Llega siempre hasta el final aunque tengas que volver solo.

Cada vez que me contradigo me conozco algo mejor.

Hay señales que solo se perciben si guardamos silencio.

La luz que llega de golpe solo nos deslumbra; es preferible la media luz que va llegando poco a poco para mostrarnos los matices y las sombras de lo que nos rodea.

Cada vez que te desorientas tienes la posibilidad de cambiar de rumbo.

Las relaciones de poder, en todos los ámbitos, se parecen mucho a un juego de naipes. A más de uno, claro, se le ven las trampas.

Si contáramos el tiempo que nos roban, nos quedaría muy poco. Por eso es bueno dedicar algunas tardes a estar solos para sentirlo, aunque en apariencia lo estemos perdiendo sin hacer nada.

¿Cuántas palabras cuesta  aprender a callar? ¿O son pedradas?

Todos llevamos algún peso encima del que no somos capaces de despojarnos aunque sepamos que nos perjudica. Las razones no siempre están claras. Salvo, tal vez, el temor al vacío.

Escuchar empieza antes de las palabras.

Se diría que la felicidad parece cansada de que todo el mundo la reclame, la confunda con otra cosa, la persiga. Por eso huye en cuanto puede.

Dormir: dejar casi de ser uno mismo, bajar la guardia.

Hay poemas que se enamoran de la mirada del lector y ya no hay quien los separe.

Si has de llorar, lo mejor es estar solo.

Otra vez he estado a punto de perderme en el pasillo de casa, que tiene a veces la costumbre de estar lejos de todo. Como un camino de niebla en la montaña. Creo que me salvó mirar por la ventana.

Los buenos poemas vuelven.

Solo la huida puede salvarnos de algunas encerronas.

No sé qué pensar de la gente que asegura tener muchos amigos. ¿De dónde sale el tiempo necesario para atenderlos como tales?

Siempre que se nos pierde algo le abrimos espacio a la posibilidad de una sorpresa.

¿En qué te vas a ocupar si encuentras la solución?

Imaginé que dábamos un paseo de la mano y en silencio. Solos en la playa mientras amanecía. Ojalá éste fuera el ritmo de nuestras vidas, murmuraste. Te sugerí que tal vez podrías escribir algo sobre la luz. Me miraste sonriendo: no sabría. Volví al día siguiente a hacer el mismo camino, solo. Quiero decir sin ti. Allí estaba la luz, sobre tus huellas.

Sabes que el poema está cuando ya no lo decides tú.

Las ideas que se nos escapan, ¿viajan por el aire hasta que alguien las atrapa?

Mi gato, que se fue de este mundo hace ya muchos años, reaparece de pronto y se relame, como si tal cosa, en el único hueco libre de las estanterías.

A poco vivo que uno esté, no tiene más remedio que soportar a su propio guionista, que inventa cualquier cosa con tal de no aburrirse, aunque sea a costa de ponernos en un aprieto.

El dolor más profundo es incomunicable, solo encuentra un efímero refugio en el silencio. Late —daña— con la tenacidad de un corazón. Nadie puede hacerse cargo del dolor ajeno. Tampoco desvelar las raíces en las que se asienta el propio. Nadie puede compartirlo. Tal vez, en el mejor de los casos, aliviarlo con una viejísima herramienta casi en desuso: la ternura.

Cultivar la verdad tiene sus riesgos.

Quizá la luz de la mañana lo sepa todo de nosotros.

Lo que no llega a ser le da consistencia al vacío, podría decirse que lo nutre.

Si dejas salir a la fiera, quizá no puedas evitar que sus garras se vuelvan contra ti.

Irse sin ruido está al alcance de muy pocos.

La extraña la solemnidad de algunos produce escalofríos, viven con el ceño fruncido hasta cuando se comen una mandarina.

Algunos poemas no llegan a brotar, pero siguen ahí como raíces.

Qué raro que la gente atienda a diario a sus obligaciones y solo de pascuas a ramos a sus devociones.

El tono de las palabras transforma lo que dicen, conviene estar atento.

El dolor del alma no admite cicatrices, se adensa como la niebla, se ahonda en la memoria.

Cada vez que te caes, aunque parezca indiferente, el mundo también tiembla.

La poesía tiene la costumbre de escapar sin dejar de estar ahí, como el aire que se va por las rendijas.

Llegados a cierta altura, se trata solo de apartar la hojarasca. De retirar los escombros.

Casi todo el mundo dice que se veía venir, pero casi nadie sabe explicar por qué no se aparta.

Hay formas de cortesía de una lógica aplastante: cortan como cuchillos.

El mundo se ha levantado hoy inhabitable. Tú, más tranquilo, sigues a la intemperie.

La inteligencia sin emoción solo deslumbra, como las luces largas en medio de la noche.

Solo cuando perdemos a destiempo, por sorpresa, a alguien imprescindible llegamos a entender la escasa importancia de las cosas que nos atormentan a diario.

No tengas nunca prisa, pero no dejes de ir.

Si miras atentamente lo más pequeño es posible que lo veas todo.

Los días, cuando quieren darse cuenta, han empezado a rendirse.

Levantarse como nuevo es todo un logro.

Solo sabes que te dicen la verdad cuando les ves hacer lo que te dicen.

La felicidad tampoco sabe si es la felicidad.

Perdió su lugar empeñado en estar en todas partes.

Te echo de menos antes de que te vayas. Para que no me pille de sorpresa.

Hay poemas que nada más salir del cascarón se  echan a volar y se pierden en el bosque sin que podamos hacer nada, salvo esperar a que vuelvan.

No le digas al del espejo lo que él te dice cada día: vas para viejo.

Desconcierta bastante, al despertar, no saber gran cosa del que fuimos ayer.

Cuando me atosiga el estruendo en cualquiera de sus formas, guardo silencio hasta que me escucho a mí mismo. Aunque no siempre me guste lo que tenga que decirme.

 La casa es el lugar donde más fácil resulta que se aquiete el mundo.

Hay miradas que huyen, miradas que hablan, miradas que vuelan, miradas que mueren sin rendir la mirada.

Vuelvo a ser un niño cada vez que veo a un niño cruzar un charco con la sonrisa apenas dibujada en la cara.

Lo que se gana lentamente se puede perder en un instante, por eso es necesario mantener el ritmo.

A la intemperie se abren los caminos más inesperados.

Cada vez que entiendes las razones de otro se tambalean las tuyas, lo que es de agradecer.

No sé si les saldrán las cuentas a los que lo viven todo a cuentagotas.

Ahonda solo en lo que no tiene precio, aunque te tomen por loco.

Falta poquísimo para que todas las fotos sean la misma: todo el mundo mirándose al espejo.

 Amar, amar a fondo, como saben los que lo hacen a diario, es una anomalía.

Todos los días, en los más remotos lugares de la tierra o, sin ir más lejos, en el cuarto de al lado, un hombre, una mujer, un huérfano, un anciano sin gente, un niño que juega solo junto a un pozo, han de vencer el desamparo para que el mundo no se venga abajo.

Hoy busco otro calor entre los pliegues del día. Para ofrecerle el mío si llegara.

Esos días en que el mundo, ahogado en su propio estruendo, no escucha la voz entrecortada de los solitarios que lo pueblan.

A veces se levanta uno del sueño algo aturdido, sale a la calle y se lo encuentra, palpitante, real, en el camino. Como si le estuviera esperando.

Con que me mires basta para prender la llama. Piénsalo bien si te atreves a tocarme.

No es fácil darse cuenta de que solo necesitamos lo que hacemos.

Qué efímera la vida de algunas flores. Qué eternas las piedras del camino. Tu paso entre unas y otras, qué tenaz y qué volátil.

La infancia es el agua del pozo de la que siempre bebemos.

Si nunca has sentido que el tiempo se detiene, ¿dónde miras cada día?, ¿cómo vives?

Nunca se pierde lo que se vive con los ojos abiertos.

Una misma palabra desata la tormenta o la desarma.  Según soplen los vientos.

Búscate en los errores.

La mirada profunda tiende a ser una caricia.

No importa si llegar es fácil o difícil, sino que dependa solo de tu voluntad y tu deseo.

Si das con alguien que escuche, cédele la palabra.

Las palabras, de vez en cuando, también piden una tregua.

El dolor más profundo se queda en casa.

Debe cansar una barbaridad esa necesidad que algunos tienen de decir siempre la última palabra.

Lo que diste sin cálculo sigue siendo tuyo.

Sin el miedo quizá no llegaríamos a abrir algunas puertas.

 En vez de hablar, daba portazos. Hasta que se pilló los dedos.

En algunas miradas llueve.

Qué fácil es equivocarse sin prever las consecuencias.

La casa, la verdadera casa, va siempre con nosotros, vivir sólo consiste en ir haciéndola habitable.

Traer a la realidad, de vez en cuando, la desnudez de los sueños.

El dolor espera a que estés solo para despojarse de sus máscaras.

Hay poemas que vuelven con la emoción casi intacta. Les sientan bien hasta los rasguños que les ha ido haciendo el paso del tiempo.

Algunos días se desbordan. Como los ríos. Otros se quedan estancados sin llegar a dar nada.

El tiempo, qué volátil, como si no pasara, cuando el alma está en su sitio. Qué pesadilla si espera algo que no llega.

Quedarse solo, qué barullo.  La mayoría hace cualquier cosa con tal de no llegar a ese momento de estar con todos los que es.

Una virtud impagable de los sueños es su independencia del tiempo en que suceden.

Hay instantes que parecen querer salirse de la vida, como si no hubieran sucedido. Solo la memoria puede evitar que se queden a la intemperie.

Quien sabe perder lo tiene ganado casi todo.

La poesía, a veces, necesita guardar silencio.

Mantener la emoción en soledad no está al alcance de cualquiera.

Las cicatrices nos esculpen.

Cuánto me ha enseñado la seriedad de los niños, su forma de reír y sus silencios. No solo cuando juegan.

La belleza sobrevive a la catástrofe, se impone siempre a la destrucción que la rodea.

Lo más apropiado, a veces, es la quietud. No defenderse.

Entre caída y caída hay varios caminos sin explorar.

Si el día no trae nada memorable, quizá podamos despojarnos de una necesidad superflua.

Estar pendiente de si unos u otros le ven sentido a lo que haces es la forma más rápida de que no lo tenga.

No es fácil saber qué quiere quien pone condiciones, salvo que está dispuesto a cambiarlas según las circunstancias.

Hay que ver bien el contexto en que aparece una frase hecha, a menudo se utilizan para justificar lo que se deshace.

Nunca dejes de ver, en el camino largo , las hogueras encendidas.

Si eres feliz, díselo al aire. En voz muy baja.

El odio desfigura.

Qué extraña época esta en la que millones de personas, en todas partes, echan mano de creencias que se basan únicamente en el brillo superfluo de unas cuantas palabras, intercambiables a gusto del consumidor, que no pasan de ser una mera declaración de buenas intenciones o, lo que ya es más grave, una forma de embaucamiento.

Cuando uno ha vivido preso sin saberlo, tarda lo suyo en liberarse.

Acostumbrado a imponerse siempre en todo, no concebía la menor desavenencia.

Si no haces lo que se espera de ti siempre estarás a tiempo de hacer lo que tú esperas.

No buscaba, si acaso, convencer con argumentos, sino que nadie le llevara la contraria.

Nada más sugestivo que la sensualidad inconsciente de algunos gestos.

Si necesitas pregonarlo, quizá no seas libre.

Hay gente que habla siempre como si no hubiera salido de su primer enfado.

La delicadeza  empieza a ser una debilidad. Lucha por ella.

Los besos que no se dan, ¿quién se los queda?, ¿qué hace con ellos?, ¿qué huella dejan?

A la deslealtad se le van cayendo las máscaras una a una, hasta la última, que señala con claridad el camino de vuelta.

La bondad es la forma más discreta de la inteligencia.

Hay gente que interroga hasta obtener la rendición, la respuesta es siempre lo de menos.

Caer en la trampa es un momento, desenredarse lleva algo más de tiempo.

Aunque el trabajo de la araña es fascinante, a uno le gustaría que la mosca pudiera escapar en el último instante.

Algunas palabras hay que escucharlas varias veces para entender que significan otra cosa.

Cuando alguien no responde a lo que le preguntan, no sabe la claridad con que lo hace.

Casi siempre nos damos cuenta de los cambios cuando no tienen vuelta atrás.

Vivir es llegar hasta el final las veces que haga falta.

Cuando el fuego se apague, no te quedes a ver cómo se esparcen las cenizas, lleva contigo el resplandor final.

Hay abrazos como puertas que se abren en los que sería fácil quedarse a vivir.

Estar cansado es una extraña manera de pertenecer a la especie: mirarse una y otra vez en el espejo de los otros sin acabar de entenderlos.

Solo mira de verdad quien se olvida de todo cuando mira.

La tristeza se levanta a menudo con dolor de huesos.

La eternidad ocurre en un abrir y cerrar de ojos. Luego desaparece.

El momento crucial de cualquier vida es la primera vez que somos conscientes de que no nos va a conceder lo que nos prometía. El segundo, quizá más importante, cuando aceptamos ―aunque sea a regañadientes― que ese va a ser su comportamiento a partir de entonces. La elegancia suprema es no dejar de sonreír por ello.

Pensar no es lo mismo que decir lo primero que se le viene a uno a la cabeza.

Cierra los ojos y lo verás de nuevo.

Quizá mañana encuentres las palabras exactas, o recuperes un recuerdo extraviado, o pase algo inesperado que te cambie la vida. No son lo mismo, aunque vengan de la mano, hoy y mañana.

Vino para quedarse el canto de los pájaros, la risa de aquel niño en el andén del metro.

Tenerle solo apego a las cosas de las que, llegado el caso, puedas desprenderte sin remordimiento.

O pardaliño deixa bicos na terra co seu peteiro.

¿De donde sacamos las fuerzas para volver a intentarlo, si sabemos de antemano que volverá a llegar la noche?

Cuidado. Somos, a ratos, la luz que nos deslumbra.

Cuando el dolor llega a la médula, de nada vale lamentarse.  Sólo se trata de esperar. Cuando por fin se va, deja una extraña luminosidad en torno a mí. Ambos sabemos que volveremos a vernos.

Si uno sabe quién es no necesita que los demás lo sepan.

El que se va deja huellas que empiezan a no ser suyas.

En el fondo del abismo —seamos optimistas— nos libramos del vértigo.

La única forma de curar algunas heridas es abrirlas y esperar.

En el fluir casi imperceptible de las aguas profundas de la vida, qué hermoso el roce inesperado de los dedos en la misma piedra que estamos seguros de haber acariciado un día. Y qué difícil, a veces, lo más sencillo: tomar el aire.

Algunos tenemos una asombrosa capacidad para caer en la trampa sin necesidad de cepo. Una y mil veces.

Qué frágil empieza a ser el día siguiente.

Todos los días nos roza alguna bala sin que lleguemos a saberlo.

Hay un camino en el que nadie puede acompañarte.

Escucha lo que te dice la piedra que tienes en la mano.

Antes de responder es bueno, por costumbre, considerar la opción de no hacerlo.

Hay regalos de los que nos damos cuenta tarde.

Los días más memorables son aquellos en que tropiezas con algo de ti mismo que desconocías.

¿A dónde van los que no tienen un sueño al que volver?

Amar es el único lugar donde la muerte duda.

Equivocarse es natural, lo raro es que nos demos cuenta cuando la rectificación es imposible.

Hay instantes que se quedan temblando.

La alegría es un pájaro que va y viene. Deja siempre su estela en el recuerdo.

Qué pocas veces sabemos que es la hora.

Escuchaba mejor si estaba solo.

Nunca dejamos de amar lo que nos dieron de balde, lo que fue cierto. No hay emoción más íntima que mirar lo que miró antes alguien a quien amábamos, aunque ya no esté. Ver lo que veía desorienta por unos instantes a la muerte, casi la suprime durante el tiempo en que esas miradas se funden en una realidad distinta, en un sentimiento único.

Que tú vayas a ganar la guerra, usurera, no le resta valor a la belleza del viaje.

Entre lo que decimos y lo que hacemos se levanta a ratos una niebla que lo confunde todo.

Si no hacen el mismo viaje, aunque vayan juntos, uno de los dos encontrará el desvío.

Si quieres ir a todas partes quizá no sepas lo que quieres.

La idea de que únicamente los artistas tienen la capacidad de ahondar en el misterio de la belleza que nos rodea —desvelarlo es harina de otro costal— es un malentendido. Los mejores, sin duda, casi consiguen transmitirlo, lo interpretan, lo subliman, pero no estoy seguro de que su experiencia del amanecer, pongo por caso, sea superior a la que vive cada día, por ejemplo, el pescador que regresa de su larga faena con el ronquido del motor en la cabeza y el alma en paz. Quizá lo que él ve no está al alcance de cualquiera.

Vive para ti mismo sin avaricia, con la mano tendida.

Qué difícil el arte de controlar la distancia. En todo.

La vejez ha venido a instalarse, trátala con cariño.

Qué maravilla la gente que sabe acariciar con la mirada.

Mañana será otro día, suele decirse. Aunque nadie lo sabe a ciencia cierta precisamente hasta mañana. Eso, los optimistas. Los pesimistas responden: ¡ojalá! Los que acostumbran a dudar sólo preguntan: ¿otro?, ¿seguro?

Si tienes a mano lo que te hace falta cada día, qué vas a echar en falta.

En el sueño predomina el olor de la madera, la luz al fondo del pasillo, la voz alegre de los muertos desgranando maíz en la cocina a media tarde, el recuerdo hecho carne de algunas noches sin dormir frente al baile desnudo de la luna en el corazón de la ría, la rara certidumbre de que nada puede derribar aquella casa de la infancia cuando cierro los ojos aunque la hierba, piadosa, se expanda libremente por los muros y cubra los escombros del solar donde se alzaba.

La letra es un indicio infalible del estado de ánimo.

La agresividad es un ácido corrosivo que lo disuelve todo.

Tender la ropa es un acto de coraje al que se llega tras una dura lucha por no aceptar la rendición.

En la soledad hay mucha luz, sobre todo por dentro.

Vivimos rodeados de gente que habla con la escopeta cargada.

La gente muy segura de sí misma reduce a la mínima expresión la posibilidad de entablar un diálogo razonable.

Estaba tan seguro de lo que pensaba que podía cambiar de opinión sin darse cuenta.

Hay gente despectiva que ni siquiera lo sabe.

Ha sido un día productivo: he borrado diez páginas y consolidado un olvido.

Si es necesario, cambia de dirección, pero no te dejes atrás. O uno de los dos saldrá perdiendo.

Hay piedras que brillan en el barro para que yo las junte con la ilusión de un niño que construye por fin la casa que soñaba, velas de tiempo, huellas que nadie ve salvo la luz de mi memoria.

He puesto a las neuronas a hacer un poco de gimnasia. Antes de que se me olvide.

Déjale el paso libre a los que proclaman que tienen fuerza para todo. No llegarán a ver en los ojos de nadie la desnudez de la ternura que los hace felices al borde del abismo. Están ciegos.

Despertarse siempre es una sorpresa. Aunque no durmieras.

Si te acostumbras a callar, será mucho más fácil reconocer los momentos en que lo mejor es no decir nada.

El sol, entre la niebla, parece la linterna de un dios desorientado. También él.

 La soledad se aprende en soledad.

Si vives cada momento con intensidad no podrás eludir el sufrimiento, pero también disfrutarás de los infinitos estallidos de la belleza.

Quizá solamente los niños tocan con las manos, como si fuera un juego más, el misterio de la vida. Con sus pequeñas manos en el barro. Ni siquiera necesitan darle sentido o entenderlo, se limitan a formar parte de él con naturalidad.

Hay momentos que se quedan encendidos en el corazón como lámparas de aceite en la oscuridad.

Lo que uno ve no siempre lo puede ver el otro.

¿Qué hay entre sueño y sueño? ¿Un abismo, el vacío o la raíz minúscula de otro?

ES tan hermosa la palabra lágrima que solo verla da ganas de llorar.

Intenta merecer lo que te pase hoy.

No temas tener miedo o se hará con todos los rincones de la casa.

Callar es un derecho que casi nadie ejerce.

Quizá hoy te hayas cruzado con un criminal, un maltratador, un desahuciado, varios ególatras, un huérfano reciente, un prófugo,  una mujer que huye,uno que va a morir. También con la mirada acogedora de una desconocida. Al entrar en casa te das cuenta de que estás a salvo. Por hoy.

Si amas la vida, aguanta el dolor, que casi siempre es inevitable. Ve con ella y aprovecha cada claro que se abra en la oscuridad. No hay más.

¿Se cierran las heridas?

Si vives solo pendiente del éxito, ¿cómo vas a disfrutar de tus fracasos?

Aquellos besos como pájaros en vuelo.

Es muy sencillo: no pidas nada, responde siempre a lo que recibas. ¿Y si no recibo nada? No respondas. Eso ya es más difícil.

Podría decirse que la gente que vive sin tocar tal vez hace las cosas con demasiado tacto.

CUANDO cierro los ojos y me siento frente al mar, aunque esté solo, merodean a mi lado los que me enseñaron a mirarlo.

ME he acostumbrado a dejar la puerta abierta, lo que tiene, naturalmente, algunas consecuencias.

RECUERDO mejor cuando estoy solo. Tengo más tiempo para quemar la hojarasca que va dejando a su paso la memoria.

Decir que el tiempo lo cura todo, además de una mentira piadosa, es una forma de mirar hacia otro lado.

 Creen que vas solo porque te dejan atrás. Déjalos ir.

Hay los que van de prisa a todas partes y los que mantienen el ritmo.

Cuando el viento sople, haz como siempre: abrázalo y déjate llevar.

Agradece siempre la claridad, aunque te dañe los ojos tras una larga noche que parecía interminable.

Vuelvo a ser rico: tengo un libro en las manos, cae la tarde, suena Ben Webster y el sol se ha acurrucado a mis pies, perezoso y soñoliento como un gato. Lo demás guarda silencio o es innecesario.

Es mejor que no digas lo que no vas a ser capaz de mantener.

Dejó de dudar cuando supo que se había perdido. Y sintió alivio.

La belleza permanece intacta bajo los escombros.

Aislarse a ratos para no perderse.

NINGUÉN pode eludir as arañeiras do tempo nas comisuras dos ollos, o ronsel que nos enfeitiza e nos absorbe.

Cuando dos no hablan de lo mismo, al menos uno ha de guardar silencio.

La inmensa mayoría de la gente vive cada día con la esperanza de volver a mirarse en unos ojos. También los que están solos.

Ese momento en el que, por fin, consigues no pensar en lo que te desveló durante días y noches. Ya pasó y eso basta.

Es tiempo de buscar con lupa a los poquísimos que escuchan. Para que den testimonio.

La vejez debe de ser esto: cuando no me gusta lo que me rodea, ni siquiera tengo ya el impulso de cambiarlo, sólo el de apartarme para seguir mi camino.

La gente amable, sin pedir nada a cambio, nos va retirando del mundo la mala hierba.

Demasiada gente vive pendiente de la línea invisible que establece lo que se puede y lo que no se puede hacer. Ese juego te cansa y vuelves, con cierta sensación de alivio, a la soledad, donde no hay que fatigarse en estrategia alguna, donde el alma se deja ser a sí misma.

Confiar es cada vez más difícil. Por eso sólo esperas a que salga el sol y vuelves al camino. Ni uno ni otro te decepcionan nunca.

Está bien que no te engañes cuando estás solo. No es tan difícil aceptar lo que la vida ha ido haciendo también contigo. Y puedes, además, seguir soñando. Siempre.

Es triste, pero solo hay que mirar con un poco de atención para descubrir la cantidad de esclavos voluntarios que se cruzan con nosotros aquí y allá, sonrientes y felices. Da miedo pensar que quizá todos lo seamos en alguna medida sin saberlo.

Aunque parezca mentira, hay mucha gente que no sabe contar hasta diez. Quizá porque no es fácil.

Qué misteriosa, a veces, la esperanza. Aunque el alma esté casi sepultada por el fango, a punto de rendirse, reaparece de pronto, minúscula, culebreando como un renacuajo. Contra todo pronóstico.

En los tiempos que corren, dicen, lo importante es saber venderse. Qué preciso es el lenguaje.

Cuando uno cae en su propio abismo no siempre encuentra un clavo al que agarrarse.

Sabes que eres viejo cuando te agachas a recoger la cucharilla que se te ha escabullido de entre los dedos―lo hace a menudo, como si tuviera vida propia― y casi tienes que dar aviso a protección civil para que vengan a incorporarte.

Lo que no tiene explicación nos puede entretener toda la vida.

Ir contra la corriente tiene consecuencias, a menudo bastante graves, pero se acaba siempre más cerca de la conformidad con uno mismo, que es la máxima aspiración por la que merece la pena esforzarse. A veces hay que dar la impresión de que cedemos para recuperar el rumbo y el impulso, pero no dejarse arrastrar.

Quedarse en casa no hace daño.Por lo menos a los otros.

Era exigente, decía que por viejo, y apostillaba: no tengo tiempo de perder el tiempo.

La felicidad, ese agua de lluvia que limpia el aire, esa galerna que se lo puede llevar todo por delante.

Se llama desbarajuste cuando la cabeza y el corazón hablan idiomas distintos.

Cuando ahondes en ti mismo, deja migas de pan para la vuelta.

Pensando, pensando, se puede llegar muy lejos, es verdad. O quedarse uno atrapado en la maraña.

A veces, para viajar, me siento en el sillón de casa, solo. Hasta que empiezan a llegar las turbulencias.

No pongas tanto énfasis en vivir de otra manera, a ver si te vas a dejar atrás lo que importaba. Tampoco dejes de estar atento a lo que te sale al paso.

Amor imposible es una frase deshecha.

Qué haremos el día que el viento se lleve por delante esa puerta que no queremos abrir a nadie.

Aunque cierres a cal y canto, la luz encontrará una rendija por la que entrar a espabilarte.

Si dejas de advertir la belleza y el dolor que a  menudo la rodea, te irás quedando sin energía para vivir, como si te quitaran el café de la mañana.

Ya solo llegan a iluminar las miradas que tienen vocación de eternidad.

Retirarse a tiempo es todo un arte que la mayoría solo practica, estrictamente, al final. Y por obligación.

Ahí están los caminos. Todos los caminos.

Volver en sueños a la infancia para que cierren como es debido las heridas.  Si tienes la suerte o el valor de prolongarlos, quizá desaparezcan también las cicatrices.

Cada vez llega más tarde la hora de dormir, como si temiera no reconocer, al levantarme, el perfil de los pequeños juguetes que hacen su vida rutinaria entre los libros, como si no quisiera despedirme del día sin haberle robado una gota de luz o una palabra o sin haberle agradecido simplemente su buena voluntad de transcurrir una vez más sin hacer daño. Cada vez más difícil, también, recuperar las ganas de salir a las calles a buscar las huellas que me traen cada noche, fatigado y alegre, hasta el umbral amable de la casa. Como si fuera bastante con esta música de fondo. Como si aquí, tan cerca, tan adentro, aunque invisible, lo tuviera todo.

Creían que se había perdido porque vivía a la intemperie.

Encauzar esa mirada que ni siquiera sabe lo que dice o dejarse guiar por ella. Como si fuera la luz del mundo.

Qué suerte si el cuerpo responde siempre igual al mismo roce. Qué bien si se estremece. Qué privilegio si lo hace al unísono lo que llamábamos el alma.

Si tienes razón, no te pierdas en disputas sin sentido, deja mejor que se defienda sola. 

Para vivir en serio, solo hay una obligación: estar atento a lo que la vida nos ponga delante de los ojos. Todo lo demás son normas.

Si alguien te abraza de verdad cuando uno de los dos desfallecéis, déjate llevar y enmarca esa belleza. Quizá no se repita.

Mientras pueda uno sentir emoción, por débil que sea, cuando lee, cuando recuerda, cuando piensa, cuando mira, cuando sueña, estará vivo.