Cada tropiezo es un recuerdo de la fragilidad de todo.

Si están pensando en ti, no estás solo, aunque casi con seguridad te vendría de perlas saberlo.

Se dice a menudo que no se puede vivir de recuerdos. De los olvidos, claro, ni se habla.

Hay cosas que, objetivamente, acaban, pero no dejan de ser.

Cuando dos almas, inesperadamente, chocan, como una de las infinitas carambolas que tanto divierten al azar, se estremecen al unísono.  Imperceptiblemente. Y con ellas el mundo. Casi nunca dejamos que suceda, por ignorancia, por miedo o, sencillamente, porque no está bien.

¿Hay algo más profundo que la piel?

Vivir es no cerrar los ojos aunque lo que tengamos delante sea el abismo.

La belleza de lo sencillo, eso que ocurre cada día a nuestro alrededor, si somos capaces de verlo, nos descubre también la forma más noble de la vulnerabilidad en que hunde sus raíces la existencia.

En un paseo atento por la ciudad, a pesar del alboroto, se puede ver el desamparo en multitud de miradas. Las que solo miran hacia dentro, las que menos ruido hacen.

Por lo que uno va viendo en los que se proclaman felices, tampoco está muy claro que ese sea el camino.

No es fácil saber a qué le tienen miedo los que ni siquiera se dejan tocar por la mirada.

Si te arrepientes de lo que das, no has dado nada.

No se detiene aunque tenga el viento en contra. Quizá porque ya sabe que, antes o después, uno de los dos cambiará de dirección.

El mismo frío, a veces, como un reflejo del alma, no sabe ya dónde meterse.

Cada vez que la belleza nos sale al encuentro, podemos huir porque nos deslumbra, meter la cabeza debajo del ala o, sencillamente, acompasar al suyo nuestro paso mientras no se desvanezca.

Hay gente que se empeña en entender los sentimientos como si fueran teoremas. Hasta que se le deshacen entre las manos, claro.

La belleza se limita a ser, no necesita hipérboles ni pedestales que la realcen. Por eso, cuando le da  por la altivez, pierde, más que brillo, autenticidad. Se vulgariza.

Le faltó determinación y voluntad para ser quien esperaban. Por eso lo celebra.

Qué guapa se pone la alegría cuando se entristece un poco.

Rechazaba el concepto mismo de victoria, rehuía la competición, le era indiferente lo que el mundo presenta como derrota. Le bastaba volcarse en lo que le daba sentido a su vida.

La tarea más heroica que cabe en estos tiempos es no dejarse arrastrar por los dogmas en los que vive instalada la mayoría, convencida como está de saberlo todo.

Huye de los que necesitan hacer alarde de su fortaleza. Mejor aprende de los frágiles que aguantan sin perder la sonrisa.

No dejes de atender al niño que te sigue defendiendo.

Esos que están seguros de tener siempre razón hace tiempo que dejaron de pensar.

Piensa despacio si quieres entenderlo.

Cuando las cosas se tuercen y todo el mundo huye sin saber  hacia dónde, pon especial atención en no contribuir a la desbandada general. Aunque debas caminar en dirección contraria.

Ser uno mismo siempre, no siempre el mismo.

Hay, al menos, dos tipos de miradas: las que no acaban de llegar y las que no acaban de irse.

Tocar es el milagro.

La soledad de la noche no hace trampas, deja ver con claridad qué nos espera. Por eso el día nos saluda sonriente: aquí seguimos.

Cuando no encuentres una mano que te sostenga, deja la tuya tendida.

Cuando el silencio del sueño se impone al fin a los presagios oscuros de la noche, vienen al rescate las mejores voces.

Solo en la intimidad más radical estás en casa, eres tú mismo.

Si una mujer te mira con dulzura, no te lo creas a las primeras de cambio, espera, pero no apartes la mirada. Si continúa haciéndolo, no me atrevo a aconsejarte, aunque quizá te diría que ni siquiera parpadees.

El sol resalta la belleza de los jóvenes, incluso la maquilla hasta el punto de que llega a parecer más de lo que es. Los viejos lo buscan y lo sienten como la fuente misma de la vida.

Estás mintiendo cuando dices que dices siempre la verdad. Seas quien seas.

Levantaba pasiones con la única intención de controlarlas. ¿Le valdría la pena?

Hay roces que se quedan a vivir debajo de la piel.

¿Para qué sirve acumular lo que casi con seguridad no volverá a hacernos falta?

Qué sorpresa cuando se recupera, como si fuera nueva, una ilusión que parecía perdida, un camino al que no pensábamos volver.

Cuando el corazón se vacía, huele a tierra mojada. Como si se hubiera llovido.

Hay miradas que mutan.

Los dolores, a partir de cierta edad, se confunden como los hilos de una enredadera. Hay que podarlos a tiempo.

En muy pocas situaciones alcanzamos la sensación de rozar los límites como en la experiencia, deseada o no, de una soledad sin paliativos.

No tiendas la mano si vas a retirarla como si fuera una ardilla.

Me temo que el amor a diario, qué paradoja, no es más que una rareza. Menos para los elegidos que lo cultivan a diario, que quizá ni se dan cuenta.

A las miradas fulminantes se les ve el reguerito de la pólvora, hay que andarse con ojo.

Veía llegar la galerna y se la quedaba mirando. Quieto como una liebre en la oscuridad ante los faros de un coche.

El dolor se queda sin palabras.

De noche me bajan las defensas.

Le obsesionaba tanto establecer los límites que tardó lo suyo en darse cuenta de que se había quedado encerrado.

Solo en la intimidad es razonable compartir el entusiasmo sin convertirlo en algo informe.

En los días de frío, el sol encuentra la manera de mantener la sonrisa.

Qué cerca estamos de los que amamos cuando estamos solos.

Se movía en el conflicto como pez en el agua, lo buscaba a todo trance. Era partidario de coger el toro por los cuernos. Lo dejó dicho antes de la última cornada.

¿Elegimos siempre lo que olvidamos, o también el azar juega su papel en el olvido?

Qué admirable la valentía de los que saben rectificar de inmediato.

¿Es más difícil irse que quedarse o al cotrario? Quizá a lo largo de la vida haya que hacer las dos cosas. Más de una vez. Irse de tanta opresiva oscuridad, quedarse en cualquier humilde rinconcito de luz.

Lo que cuesta deshacerse de algunos sueños, que reaparecen una y otra vez como si les debiéramos algo.

Cuando te duela de verdad, no gastes energías en dar explicaciones, aunque solo sea para no escuchar la letanía: ya pasará, hombre, todo saldrá bien, tú eres valeroso, te mereces otra cosa, todos tenemos que afrontar nuestro dolor... Y así hasta el infinito. Se ve a la legua que prefieren  hablar de otros asuntos.

Importa lo que pasa por debajo del ruido.

Aunque sabes de sobra que la ola se acerca —el viento te la trae—, nunca dejes de entregarte a la belleza de la vida, por inesperada que sea. Aunque te parezca que llega a destiempo. Aunque pudiera ser, una vez más, una trampa.

No duele la soledad, que es el refugio. Duele la ausencia.

El poeta viaja hacia la infancia, o por lo menos sueña que lo hace. No escribe, juega.

Llegar a viejo solo es cuestión de tiempo, no hace falta rendirse.

El amor no se da cuenta de las cuatro paredes.

Tocarse tiene consecuencias.

Que una herida se cierre la hace definitiva.

 Hay gente que se enamora, dicen, de lo que no puede ser. Por suerte.

Si tuviésemos a mano lo que buscamos, es posible que  buscáramos otra cosa.

Los pesimistas, si acaso, aburren. Los optimistas a tiempo completo, además, intimidan.

Lo que sucede dentro ―aunque  nadie lo vea, aunque tú mismo no lo veas― es lo que en verdad importa de todo lo que sucede. Se queda allí latiendo como un candil en la noche.

A estas alturas, escribir no es más que conversar con el silencio. Estar atento a lo que dice.

No creas que haces siempre el mismo camino. ¿Estás seguro de haber pisado todas las piedras, oído todos tus pasos, visto bailar a todas las amapolas, encontrado lo que te esperaba? Puede que sea hoy mismo.

Ir de la mano es un viaje al que no todo el mundo se atreve.

¿Cuánta gente vive donde ―tal vez― no debiera? ¿Cuánta se da cuenta? ¿Cuánta puede escapar? 

Hazle sitio a la felicidad cada vez que se acerque a tu casa, pero evita la tentación de convertirla en costumbre.

Si eres capaz de imaginarlo, hay altas probabilidades de que suceda.

Quizá sea preferible vivir al borde del abismo que en la seguridad anodina de la cueva, que además es ficticia.

Tengo doce lectores, tal vez. Les dejo Una brizna de algo cada mañana en en el balcón como si fuera un pájaro.

Esos optimistas sin filtro que van a piñón fijo por la vida, empeñados además en propagar su fe, desconocen la suavidad curativa que a veces tiene un rato a solas con la melancolía. Si es frente al mar, el esquivo fantasma de la felicidad no andará muy lejos.

No te levantes de la cama hasta que no hayas cerrado a cal y canto el baúl de los sueños con todos sus personajes dentro, vivos y muertos, reales o imaginarios. Sin olvidar, por supuesto, a los fantasmas.

Cuando estés solo, no se te olvide liberar a la verdad de los grilletes.  Por raro que parezca, nadie vigila.

A las palabras que amas también las cubre la ceniza con que el paso del tiempo lo desdibuja todo. Solo recuperan algo de su lustre primitivo cuando les acercas el aliento. O mejor, cuando las escuchas en una voz distinta, muy suave, como si acabara de inventarlas.

Si pudiera uno llevarse a casa la mirada aquella, y tenerla siempre a mano.

El día que no sientas, aunque sentir te duela, empezarás a ser otro. Y quizá no te guste.

Piénsalo despacio para no precipitarte. De todas formas, piénsalo, no se te vaya a olvidar.

 Solo en la intimidad la libertad no gesticula.

Algunos pobres, si tuvieran tiempo, solo tiempo, qué ricos serían.

La ternura es una carrera de fondo que sólo algunos ganan cada día.

Para quien vive solo cada día sin excusas, la noche —aunque enemiga— es un refugio.

Sentirse una más entre las cosas que nos acompañan. Y que no sean demasiadas.  Para que todo respire.

Estar en desacuerdo con lo que te rodea no es una deserción ni tiene que ver nada con el pesimismo, sino al contrario: se trata de perseguir el fulgor de la verdadera vida en la oscuridad.

Ama con la misma intensidad, en el mismo silencio, con que miras el mar desde que eras un niño.

El recuerdo silencioso ―quiero decir, perpetuo― por la pérdida de un ser querido es la forma que tiene la belleza de llorar.

La destrucción y la belleza, el sufrimiento y la emoción, van a menudo de la mano. Saberlo duele, ignorarlo es alejarse de la vida.

No se trata de entender el mundo, sino de contemplarlo con los ojos bien abiertos hasta que nos incluya.

Los optimistas a tiempo completo no soportan que la realidad les lleve la contraria. Por eso se la inventan. También por eso se desfondan.

Lo malo de la ilusión es el desencanto, ese gigante de siete cabezas que asoma en cualquier parte. Lo bueno del desencanto, que empieza otro viaje.

El paso que vamos a dar, este paso, siempre es el más importante. Quiero decir que sin él no se va a ninguna parte y puede ser, muchas veces, el que le dé sentido al día.

Solo somos una balsa sin remos en medio del océano. También en el amor. Y el viento sopla.

Guarda cada momento de felicidad en el mismo baúl del que perdiste la llave. Descerrájalo de vez en cuando para recordar aquel viernes por la tarde, aquel tren de madrugada, aquellos delfines dibujando cabriolas alrededor de la barca, aquel frío de enero.

Nunca le opongas resistencia a las miradas que se siembran con la intención de arraigar.

Solo llegan a encontrarse los que ven en el otro una parte de sí mismos de la que no tenían la menor noticia.

Nada me desarma tanto como la irrupción de la ira, casi siempre fuera de lugar: me sorprende en los demás, me aterra cuando me domina. Porque hay un momento en que el espíritu se debilita, sin que uno pueda encontrar una razón objetiva que lo justifique, y nos lleva de cabeza a un enfrentamiento del que empezamos a arrepentirnos en el mismo momento en que nace. No sé qué extraña necesidad rige este gusto deprimente y absurdo por la disputa que nos alcanza a todos como especie. La sensación que le queda a uno en el cuerpo es la de ser ese pedrusco desprendido que cae por la ladera rebotando en todas partes sin más sentido que el estruendo que genera.

Todos los días traen consigo su puñalada y su caricia. Quizá si esquivas a una atraigas a la otra.

Nada nos aproxima más a la felicidad que las cosas que hacemos sin que nada nos obligue.

Por mucho nos digan que va en dirección contraria, decir no a lo que distraiga al corazón de su viaje.

¿Qué importa si el mundo acepta o no lo que se remueve en libertad dentro de ti? Nunca te avengas a negociar con eso.

Lo peor de la vejez ―o lo mejor, según el día― es que el deseo, el anhelo de conocimiento y la libertad del corazón siguen intactos. Nada puede la edad contra la fuerza subterránea de esas aguas que seguirán fluyendo, como la sangre, hasta el final.

La felicidad es un animal asustadizo. Si se te acerca, disimula.

El envejecimiento del cuerpo es natural. El del alma, una catástrofe que le ocurre, por lo visto, a gente de todas las edades.

No deja de ser un lujo que la memoria nos siga trayendo cosas que no sabíamos de nosotros mismos.

Amapolas: mariposas que aletean sin llegar a alzar el vuelo. Como algunas ilusiones.

Nadie es solo lo que dice.

¿Cuánta gente sale cada mañana como si no sintiera la amenaza de la garra que va desmigajándola por dentro? Con su tristeza o su temor a cuestas. Quizá ese mismo que se acaba de cruzar contigo vuelva hoy desnudo a casa. Quiero decir desconocido.

Hay miradas que se quedan para siempre, como las cicatrices.

No estás solo, le dijeron cuando se iban.

Todo es azul. Saltan a tu alrededor cuando navegas hacia la infancia. Escriben en el agua.

 EN la soledad te puedes dar el lujo de no mentir. Debes hacerlo.

Todo es azul. Saltan a mí alrededor cuando navego hacia la infancia, escriben en el agua.

Si tienes, como tantas veces, la sensación de vivir fuera de lugar, ni se te ocurra cambiarlo por otro, por mucho que te lo pinten como una gran oportunidad. Lo más probable es que no sea el tuyo.

Cuánta belleza en la claridad de algunos sueños.

A veces es necesario cambiar de dirección, pero el viaje es siempre el mismo.

Si de verdad eres libre quizá no necesites pregonarlo.

Cada abrazo hace granero.

El optimismo sin matices no es más que uno de los disfraces  de la irresponsabilidad. El pesimismo radical, una forma progresiva de ceguera. La caricia del sol, por suerte, no distingue y siempre se agradece.

Una luna entre dos nubes en la que yo me columpie con el corazón en vilo.

Si no esperas nada, ¿cómo van a defraudarte?

Si no lo ves en los ojos, no lo verás por mucho que te lo digan.

Entre lo que puede ser y lo que es, a veces el desierto, a veces la vida.

La tristeza tiene la costumbre de ocultarse hasta hacerse intransferible. La alegría no sabe contenerse y lo ilumina todo, se esparce por el aire como la mejor de las semillas.

El que va solo, si aguanta, tendrá la pequeña recompensa ―no siempre suficiente― de no necesitar a nadie.

Cuando las palabras no significan lo mismo, la confusión esta asegurada y todo entendimiento será ficticio. Solo el silencio tiene la capacidad de resolver el conflicto: salirse de la fila. Y correr el riesgo, en consecuencia, de quedarse a la intemperie. En todos los órdenes de la vida.

Pon atención. Nada tiene más importancia que las pequeñas cosas que hacemos a diario.

Cuando me quedo mucho rato mirando a las musarañas, mi sombra se estremece y sale del cuarto de puntillas, con un sigilo cómico. Hago que no me doy cuenta porque sé que necesita tomar un poco el aire.

Cuando te llegue el agua al cuello, sumérgete para tomar impulso.

¿Por qué la gente grita aunque tenga razón?

Un tipo mucho más joven me pregunta, con cara de sincero asombro: y tú, que ya eres viejo, ¿cómo es que sigues siendo como cuando eras joven? Adviértase la fórmula empleada: seguir siendo. Como tú eres muy joven, le contesto, todavía puedes dejar de ser, seas lo que seas. Lo mío no tiene arreglo.

Dame la mano, que siempre será tuya.

Cuántas veces has oído, ante hechos o sentimientos que el entorno social considera fuera de lugar, una frase que además se dice por lo menos dos veces: no puede ser, no puede ser. Como si se pudiera decidir, por ejemplo, sobre la salida del sol. Hay que cosas que son, se pueda o no.

Cuando alguien dice "de momento", ¿nos está avisando de que puede, de un día para otro, no ser quien es?

Uno puede hacer su camino sin distraerse de lo que importa, pero nada sabe de lo que le espera al doblar cualquier esquina, al detenerse a descansar en un lugar desconocido o en aquella loma a la que ha llegado tantas veces sin que ocurriera nada. ¿Sin que ocurriera nada? Bueno, lo decía por resumir.

En la arrogancia hay siempre un error de cálculo.

La conciencia de que todo avanza hacia su final hace más admirable el esfuerzo que hacemos por celebrar la vida.

Da un poco de vergüenza la obsesión de algunos por llegar a ser  ilustres al precio que sea.

Lo mejor del poema son las alas.

Solo vemos de verdad cuando nos limitamos a mirar.

 Le lleva a uno la vida entera descifrar las palabras que más importan, vivir en paz con ellas, entender lo que dicen. Utilizarlas como puentes. Pero conviene estar alerta: no es fácil desentrañar lo que significan para los demás. Está muy extendida la idea de que importan más los hechos que las palabras, como si no pudieran también los hechos ocultar las intenciones, desviar la atención o lisa y llanamente mentir sobre lo que en realidad está pasando. Es fácil adherirse, sin entrar en matices, a esa teoría. Los hechos son los hechos, se dice, lo que no deja de ser una simple tautología. Pero quizá no sea tan sencillo. Las palabras que hieren, por ejemplo, ¿no son hechos que tienen en ocasiones consecuencias reales, que se convierten a su vez en hechos? ¿Y las que no significan lo mismo para quien las emite que para quien las escucha? Acaso resida en esa divergencia el pequeño drama que se representa cada día en todas partes: la al parecer imposible armonía entre las palabras y los hechos. Si las palabras tocaran como las yemas de los dedos, que no mienten... Y el silencio, ¿no es un hecho, además de la más pura, tal vez, de las palabras?

Hay noches en que da vértigo cerrar los ojos.

La solemnidad es el traje de gala ―alquilado, como todo el mundo sabe― que utiliza el vacío en las grandes ocasiones.

Cuando alguien deja de decir lo que decía, le toca al otro interpretar lo que calla.

Miraba para aprender de las miradas. Para prenderse en ellas.

Parece que hoy el cielo se ha puesto de mi lado. Por eso permanezco, feliz, a la intemperie.

En el recinto de la intimidad resplandece siempre, humilde, misteriosa, la luz de la verdad. Siempre. Déjate guiar por ella aunque lo que sientas pudiera generar, si llegas a decirlo, la condena de los guardianes.

Lo difícil no es vivir en silencio, sino evitar que resulte sospechoso.

Aunque no se daban cuenta, compartieron una luna irrepetible.

Cuando vas solo, los caminos te hablan.

Si hiciste daño, aunque dijeras la verdad, lo más noble es pedir perdón.

Le costaba despertar cuando cumplía un sueño.

Hay voces como cuchillos de las que es difícil huir, voces relámpago que se extinguen solas y voces como hilos de luz que no queremos dejar de escuchar nunca.

No le digas a nadie lo que harías por él, deja que lo vea por sí mismo.

Gorrión. Es como un sueño, nunca falla cuando lo buscas en la rama.

Nunca sé a qué se refiere la gente cuando pregunta ¿te aburres?

No pierdas el tiempo de felicidad ―siempre va a ser escaso― que la vida te otorgue en preguntarte si era cierto. Porque ya habrá pasado.

Por el aire llegan voces que no sabemos si lo hacen al azar o nos venían buscando.

Todos los días vienen con algunas páginas en blanco que tendrás que rellenar, como hace la naturaleza, con lluvia o con sol, con rasguños o caricias, con música o silencio.

Encuentra cada día un escondite a campo abierto para volver a ser el niño que lo miraba todo con asombro.

La emoción no desaparece aunque no pueda contarse.

Todos los días ocurre algo con lo que no contábamos. La gracia es llegar a verlo.

No creo que la edad influya demasiado en la intensidad o la hondura de los sentimientos.

En un mismo día se puede recibir el sol de una caricia y la oscuridad de una puñalada. Estamos a salvo si no proceden de la misma mano.

Los muertos que nos acompañaron a lo largo del camino, los que le daban a la vida contornos y sentido, dejan un rastro indeleble, no desaparecen, se nos quedan dentro para siempre. Morimos con ellos de la misma forma que viven ellos con nosotros, son ya nosotros definitivamente.

El olor de la pobreza no se olvida.

He ido a la ciudad. El bullicio era como si brotara agua del suelo o fuera a producirse en cualquier momento un estallido capaz de transformarlo todo. De trastornarlo. Nadie se da cuenta real de lo que pasa a su alrededor porque son multitud de cosas y todo el mundo parece estar sustituyendo a otro. Sin solución de continuidad. A una velocidad de vértigo. Nadie sabe que no sabe a dónde va. Y, sin embargo, parece haber algo como una conciencia colectiva ―¿o se trata solo de rendición, adormecimiento, ruido?― de estar habitando el paraíso.

La poesía es como el colibrí: una presencia esquiva, minúscula, casi invisible, y un corazón desaforado que late a mil por hora. Literalmente. En uno y otro caso, hay que vivir atento para no perderse la belleza.

Envejecer no exige gran cosa de nosotros, va llegando en silencio día a día. Si acaso, que lo aceptemos también con naturalidad.

¿Te convence del todo lo que piensas? Es el momento de ponerlo en duda.

Trátala bien. La sombra no te persigue, te acompaña.

Hay gente así: cada día un regalo. Se dan como la lluvia, fertilizan lo que tocan.

¿Qué recuerdan en los últimos momentos los que mueren sin haber amado nunca? ¿Qué ven? ¿Qué palabra o qué silencio escuchan?

Tampoco te fíes demasiado de lo que la vida parece ofrecerte como si fuera un regalo. La conoces de sobra. A veces juega con nosotros. Está próxima, tal vez, la zancadilla. No dudes en arrebatárselo sin contemplaciones.

Cuando el dolor guarde silencio, no lo pierdas de vista.

Cuando el sentimiento echa raíces, se toma su tiempo en convertirse en árbol.

Hoy voy a vivir en dirección contraria. Sin que se note mucho. Con todos los respetos.

No se ve lo mismo rodeado que solo.

Cada vez que se abrazaban eran otros, como regar el huerto. Así todos los días.

Hay gente casi libre que ni siquiera lo sabe.

Me gusta mirar al cielo para estar conforme con la vida. Todo lo demás me desorienta.

El amor, a veces, tarda en reconocerse. Como si huyera de sí mismo. Pero va dejando huellas, claro.

¿Por qué tenemos la impresión de que no hay nadie cuando empezamos a caer?

Tras el derrumbe, la reconstrucción. Tan lenta a veces. Eso es la vida.

Lo que se dice por decir acaba en agua de borrajas. Lo que se dice a media voz se queda cosquilleando en la memoria. Lo que se dice a gritos rebota como una piedra en la pared. Lo que no se dice resuena en la conciencia durante mucho tiempo.

Cuando los cuerpos se tocan todo empieza de nuevo.

Eso de que el dolor fortalece tuvo que decirlo un verdugo o un necio. Luego lo han repetido muchos desde toda clase de púlpitos.

Decíamos ayer... empezó, pero se había olvidado.

Ese pequeño espacio que separa las palabras son las huellas por las que llegar, si hubiera suerte, a descubrir su sentido.

Hay gente por ahí que ni siquiera calcula lo que da. Unos, sin compasión, la lata; otros ―¡benditos sean!―, la alegría.

Si no la miras de frente, es posible que la vida también ponga su interés en otro lado.

El amor siempre se mueve. Estás de suerte si consigues que lo haga lentamente.

Era consciente de que se abrazaba para tejer la colcha con la que se cubría cuando llegaba la noche.

Si no tienes tiempo, todo lo demás viene sobrando. Date un respiro para verlo pasar. Aunque parezca que te aburres.

Hai palabras que chegan exhaustas as nosas mans, que fan o que poden por darlles acougo e ofrecerlles acubillo.

No somos conscientes de la importancia de las pequeñas cosas que nos acompañan a lo largo de los años. Hasta que nos damos cuenta de que sin ellas seríamos otros.

A la muerte, paciencia en estado puro, le es indiferente si hablamos de ella.

Si te encuentras con alguien transparente, sé delicado, procura que no acabe en vidrio roto.

No todos los días es posible ser el que nos gustaría.

¿A dónde se habrá ido esa idea clarísima que anoche iluminaba, no ya la oscuridad, sino la vida misma, y al despertar ha desaparecido sin dejar rastro?

Cada uno ―dicen― ama a su manera. Así no va a ser fácil coincidir.

Escuchaste el aleteo con toda claridad. Cuando encendiste la luz había volado.

Esos que salen a comerse el mundo cada día acaban, por lo general, empachados o con hambre.

Qué deprimente el optimismo sin matices. Como creer que existe sólo el día y perderse las estrellas.

Para encontrar uno que no pontifique, hay que escuchar a muchos que tienen receta para todo.

Las voces que importan se reconocen también en el silencio.

Sé que vendrás, como la oscuridad, de noche. Otra vez. Y te veré a mi antojo.

No hace falta que entiendas lo que sientes, sino que estés despierto. O que lo sueñes.

Acostumbrado a llegar tarde, siempre le sorprendía que estuvieran allí.

El tiempo se eterniza en el dolor, como si no pasara. Quizá por eso, llegados a cierto punto, es necesaria alguna forma de anestesia.

Para empezar, si de verdad quieres entender algo, baja un poco la voz.

La ausencia me acompaña siempre cuando salgo de viaje, ocupa siepre su espacio en la maleta.

La soledad, como es natural, crece con los años. Y lleva siempre alguna muerte nueva a sus espaldas.

Cuando aquel homínido remoto consiguió erguirse empezó a dolerle la cabeza.

Cuando lo olvidamos, el tiempo también duda de sí mismo.

Cuídate de la violencia silenciosa.

En el sueño de ayer todo el mundo sonreía, nadie hablaba de la muerte.

El miedo es un animal acorralado, no dejes que te acorrale.

Hoy en día, los esclavos defienden con uñas y dientes la seguridad de que disfrutan.

Si alguien cree que nunca se equivoca es que vive en un error.

¿Por qué los misántropos tendrán tan mala fama, si casi son los únicos que no dan la lata? Se limitan a apartarse.

Ante la capacidad destructiva con que nos llegan algunas olas, no hay más defensa posible que guarecerse ―si diera tiempo― y esperar.

Si no tuviéramos capacidad de olvido, qué atascos no sufriría la memoria.

Hay instantes que se contradicen a sí mismos eternizándose en la memoria.

Mi primer pensamiento se lo lleva, como tantas otras veces, el gorrión que se acicala en la ventana. Quiero decir que vuela, y no hubo nada.

Amar sólo depende de uno mismo, algo muy frágil que puede cultivarse en la mayor intimidad.

Si te conformas con lo que te dan a cambio de tu tiempo, quizá puedas llegar a tenerlo todo. Aunque el mismo verbo  parece, de entrada, algo tacaño.

No te obsesiones, cabecita, ese murmullo en cascada que ahora escuchas como si fuera nuevo estaba ahí desde el principio. Para todos.

No es fácil reconocer la mirada de los que no han sometido lo que son a las exigencias de la normalidad. Estar dispuesto a descubrirla cada día, incluso en medio del caos y de la vorágine de mediocridad que aspira a devorarlo todo, es lo que le da sentido a la vida. Encuentra siempre una manera de responder cuando te miren desde ese lugar.

Los que saben amar no siempre llegan a saberlo.

Cuando oigas que levantan la voz, pon toda la atención en lo que quieren ocultar.

Los poetas esenciales ―quiero decir, los poetas― recogen las palabras en las cunetas de los caminos, como los vagabundos se apropian de los primeros rayos de sol y los pájaros transportan las semillas de rama en rama para que no deje de florecer la vida. Vuelven a casa, los poetas, sin dejar de acariciar esos guijarros de aspecto humilde que van tintineando su pequeña canción en el bolsillo, como hacían los niños con las canicas.

También para no creer hay que tener, a veces, una fe inquebrantable.

No expongas a la mirada ajena tu libertad de sentir. Te pertenece en exclusiva.

Los días en que la vida nos deja sin aliento podemos llegar a recordarlos, con el paso del tiempo, como decisivos para recuperarlo.

¿Y por qué habría que rendirse, sueñe uno lo que sueñe?

Eso de dar o quitar la razón, como si alguien pudiera tenerla en propiedad, como si no fuera sencillamente una herramienta de diálogo compartida por todos, qué despropósito.

La belleza, como la música, como la alegría, es mestiza. Tiene la buena costumbre de brillar en lo pequeño.

Nunca te preguntes quién va a ocuparse de ti cuando el suelo empiece a moverse debajo de los pies, hay asuntos en los que no cabe la posibilidad de delegar.

Hay que pactar con el diablo la disolución del infierno. Visto lo visto, ya no hace mucha falta.

En el insomnio, estar despierto va de suyo. Tampoco viene mal, para llegar al fondo de uno mismo, estar desnudo.

En esta época no es tarea fácil distinguir a un héroe de una marioneta.

Si entrasteis en el corazón del río y os dejasteis llevar por la corriente, algo de vosotros quedará en el légamo del fondo aunque el cauce se desborde.

Nunca se va uno de donde ha sido feliz. Y viceversa: a qué vamos a volver a donde no lo fuimos.

Escucha con atención lo que se queda latiendo detrás de las palabras. Lo que parece que no dicen.

Si sólo ves las cosas desde arriba quizá nunca descubras las raíces.

Hay golpes, la mayoría, que no vale la pena devolver. Los de la vida, porque resulta inútil. Los otros, porque te dejarán sin la energía necesaria –precisamente– para atender a la vida.

Entre tú y yo, la luna sola.

Algunos saben querer con naturalidad y sin esfuerzo, como si caminaran sobre las aguas. Otros no aprenden nunca. Quizá los más felices sean los que se dejan querer sin echar cuentas.

El mundo sin Mozart sería todavía peor.

La sencillez no se maquilla, sale de casa sin mirarse en el espejo.

¿Se puede seguir la huella de una sombra?

Si no sabes que la vida duele, ¿dónde andabas?

El mar no siempre escucha los gritos de los ahogados.

Van de la mano por el mundo, a regañadientes, alma y cuerpo, a ratos irreconciliables pero siempre juntos como los brotes de un mismo tallo.

Que no te pase desapercibido el trino de un pájaro al que tal vez no volverás a oír.

El siguiente paso siempre es el más difícil. Llega cansado.

Ser uno mismo, dicen. Vale. Parece fácil. ¿Ser sólo uno? ¿Todo el rato? ¿Y qué hacemos con los otros? Quiero decir, los que están en uno.

Cómo hacerles entender que los sentimientos no tienen que entenderse.

Hay expresiones muy comunes que contienen en sí mismas la esencia incontaminada de la poesía: guardar silencio, tirar del hilo, alzar el vuelo…

No conviene fiarse: la gente previsible no deja de dar sorpresas.

No sólo hay miradas que matan, como todo el mundo sabe por experiencia. Las hay que nos mejoran.

El corazón y la cabeza entablan cada día su diálogo de sordos y casi nunca llegan a un acuerdo.

La ternura –no quieras sujetarla– se rompe por el tallo.

Cada día acarrea su amenaza y su promesa, su horror y su silencio, su oscuridad y su misterio. Sólo eres libre si puedes elegir.

 

Hay dos caminos en todo: adentrarse en el  bosque o acampar en el claro, la audacia o la renuncia, el conformismo o el riesgo.

Escucha el murmullo del mar. Si llegas a enamorarte de algo inalcanzable ―¿qué clase de vida llevarás si no lo haces?―, nunca tendrás que renunciar a ello. Nadie sabe si aquella ola, precisamente aquella, alcanzará la playa.

Era tan audaz que tomaba sus decisiones al mismo tiempo que las incumplía.

Mientras esperas, aprende a mirar al horizonte.

Si te lo dan todo hecho, lo más probable es que no descubras nada por ti mismo. Si le dices lo mismo a todo el mundo, ¿cómo van a encontrar la diferencia?

Algunas cosas, aunque no lleguen a ocurrir, nos acompañan con fidelidad a lo largo de la vida.

Cuánto hay que hablar a veces para proteger nuestro derecho al silencio.

Por raro que parezca, todos los pasos van en la misma dirección.

Hay un cansancio profundo que no puede reparar el sueño y sueños tenaces contra los que el cansancio tampoco puede nada.

¿Seguro que mañana será otro día?, se pregunta en medio de la oscuridad el condenado a cadena perpetua. No te hagas ilusiones, murmura con tristeza el carcelero, que también lleva la suya a cuestas.

A la hora de la verdad, todos los dioses están mirando hacia otro lado.

Del optimismo sin matices siempre cabe esperar el batacazo.

Las mentiras, laboriosas como hormigas, se reproducen como los virus y se expanden por el aire. Las verdades más hondas se acurrucan en la intimidad del alma y crecen como la hierba, sin ser vistas.

Soleá. Aquella noche de marras, bajo la luna encendida, te quedaste sin amarras.

Si te llega un rayo de felicidad cuando tenías lista la maleta, no la deshagas, deja que te acompañe en el viaje aunque lo sepas breve.

Mira siempre un poco más allá de lo que ves.

He vuelto a dedicar la tarde a recolectar las migas de pan, las hojas secas, las cáscaras de pipas, las semillas, los fragmentos de belleza casi escondida que he ido acarreando hasta mi rincón ―por si un día me alimentaban― a lo largo de la vida. Lo mismo que el gorrión que va y viene, laborioso, saltarín, para construir su nido.

No te empeñes en olvidar lo que viviste. Recuerda, mejor, lo que soñaste.

¿Podríamos sobrevivir sin engañarnos nunca, nunca, a nosotros mismos?

Las miradas también tocan.

Todo crece en silencio aunque el alma se duerma, como un niño en la arena.

No todos los minutos pesan lo mismo. Los hay que se clavan como puñales. Los hay que vuelan sin dejar rastro.

Cuando el alma se rompe, ¿cómo se rehabilita?

Cualquier mirada un poco atenta deja al descubierto jirones, sombras, senderos  que ella misma desconoce.

Dos barquitas aparecieron en medio de la niebla, como si fueran de la mano.

Después de cada abrazo se apunta el día y la posibilidad, no siempre visible, de una reconstrucción.

Tristeza y alegría, las más ilustres y antiguas hermanastras de la  historia.

El amor, a veces, se oculta para no morir.

En el camino de la memoria hay espacios donde uno parece que no estaba, aunque estuviera.

El rastro de algunas personas, aunque pasen de largo, nunca se pierde.

Presumía de haber sido siempre más valiente que nadie. Hasta que tuvo miedo.

La soledad es el único lugar donde llorar a cubierto.

Serás libre mientras puedas prescindir, llegado el caso, de lo que te parece imprescindible.

Hasta la más bruta e insensible de las almas se ha rendido alguna vez ante la belleza aunque tal vez no la entendiera, aunque le diera miedo, aunque quisiera esquivarla.

Si no piensas, aunque sea a ratos, en lo que estás viviendo, quizá ni siquiera adviertas que lo haces.

Hay ausencias que no pueden llegar a serlo.

La libertad sin riesgo se disuelve en la costumbre. Como el azúcar en la boca.

Tampoco hay que fiarse, ronroneaba el gato en el regazo de su dueño.

Si vas a andarte por las ramas, ¿por qué no aprendes a volar?

Cuando el miedo se desboca, nada mejor que caerse del caballo, aunque se rompa uno la crisma.

También las palabras se apagan lentamente, brillan un instante como luciérganas en la pizarra inmóvil de la noche.

Oyó que el espejo murmuraba: tantos años viéndote llegar con esa cara y apenas sé quién eres.

Algo mágico sucede cuando dos palabras se juntan por primera vez, como si fuera un encuentro casual de dos hojas en el aire. Parecen felices todavía cuando el viento se las lleva.

Una caricia que se convierte en herida, ¿deja de doler si cicatriza?

La vida te muestra con una mano lo que con la otra te oculta. Como esos trileros que mueven los cubiletes a la velocidad del rayo hasta que perdemos de vista la bola. Haz como ella, que no se cansa de la diversión. Síguele el juego.

Los pensamientos, si se amontonan, provocan un atasco que tarda lo suyo en disolverse.

Los insomnes trasnochan sin necesidad de estímulos: estudiar mucho, soñar despiertos, salir de farra.

Le llegaba el consuelo cuando empezaba a dudar de que pudiera hacerlo. Amanecía.

Lo que no llega a decirse también deja secuelas.

Amar sin ser visto requiere toda la intimidad del mundo.

Historia natural. Cuando las ideas se convierten en armas, se está abriendo la puerta a la ejecución de miles de inocentes.

No siempre has de hacer lo que se espera de ti.

¿Hay que decirle la verdad a un moribundo que no quiere saberla?

Nada más resistente que la fragilidad.

La disciplina, conviene no olvidarlo, puede llevarnos al cielo o al infierno, ojo con ella.

Es raro que algunos dioses insistan.