En
el metro, un niño de tres años con una insólita expresión de
tristeza en la mirada. Como si hubiera nacido sabiendo lo
que le espera. Sostiene en las manos un camión de hojalata, lo
manipula con una seriedad sobrecogedora. Cuando abandona el vagón,
aferrado a la mano de su padre, la angustia horada como un punzón
los ojos de los que mirábamos aquel abismo. Nos perturba, sobre
todo, comprender
que el chiquillo la lleva puesta con naturalidad, como una prenda de
ropa.