miércoles, 27 de julio de 2016

No es sencillo combatir el patrón de lo que se supone ha de ser el comportamiento masculino: dotes de mando, personalidad “fuerte”, firmeza en el dolor, apariencia de seguridad, gesto hosco, mirada de hierro, ambición desmedida, disimulo de la ternura, preocupaciones trascendentales. Zarandajas. ¿Por qué no puede un hombre ser dubitativo, despreciar el poder, buscar abrigo en las cosas pequeñas, encontrar la señal más clara de la felicidad en una caricia, en el silencio o en un momento de serenidad, cuando la tarde se va desmoronando sin defensas? ¿Por qué no puede, sencillamente y sin saber por qué, tener ganas de llorar?