NINGUNA desgracia puede arrebatarnos la capacidad de disfrutar de la belleza que siempre nos rodea. También en las peores condiciones. El enfermo que vuelve de la anestesia tras una operación a vida o muerte se alegra como nunca de la primera sonrisa que recibe. Quien ha sido condenado a vivir en la oscuridad, como a todos nos ocurre varias veces a lo largo de la vida, será el primero en percibir el más leve indicio de luz. Solo un ciego sabe lo que está viendo cuando le roza la frescura de la brisa o le calienta los huesos la tibieza del sol. Los demás solo vemos su sonrisa. El mundo no deja de respirar aunque nos falte el aire, o lo parezca, tantas veces. Lo hace, tal vez, para cada uno de nosotros, para los seres todos que lo pueblan.