La alegría es un pájaro que va y viene. Deja siempre su estela en el recuerdo.

Qué pocas veces sabemos que es la hora.

Escuchaba mejor si estaba solo.

Nunca dejamos de amar lo que nos dieron de balde, lo que fue cierto. No hay emoción más íntima que mirar lo que miró antes alguien a quien amábamos, aunque ya no esté. Ver lo que veía desorienta por unos instantes a la muerte, casi la suprime durante el tiempo en que esas miradas se funden en una realidad distinta, en un sentimiento único.

Que tú vayas a ganar la guerra, usurera, no le resta valor a la belleza del viaje.

Entre lo que decimos y lo que hacemos se levanta a ratos una niebla que lo confunde todo.

Si no hacen el mismo viaje, aunque vayan juntos, uno de los dos encontrará el desvío.

Si quieres ir a todas partes quizá no sepas lo que quieres.

La idea de que únicamente los artistas tienen la capacidad de ahondar en el misterio de la belleza que nos rodea —desvelarlo es harina de otro costal— es un malentendido. Los mejores, sin duda, casi consiguen transmitirlo, lo interpretan, lo subliman, pero no estoy seguro de que su experiencia del amanecer, pongo por caso, sea superior a la que vive cada día, por ejemplo, el pescador que regresa de su larga faena con el ronquido del motor en la cabeza y el alma en paz. Quizá lo que él ve no está al alcance de cualquiera.

Vive para ti mismo sin avaricia, con la mano tendida.

Qué difícil el arte de controlar la distancia. En todo.

La vejez ha venido a instalarse, trátala con cariño.

Qué maravilla la gente que sabe acariciar con la mirada.

Mañana será otro día, suele decirse. Aunque nadie lo sabe a ciencia cierta precisamente hasta mañana. Eso, los optimistas. Los pesimistas responden: ¡ojalá! Los que acostumbran a dudar sólo preguntan: ¿otro?, ¿seguro?

Si tienes a mano lo que te hace falta cada día, qué vas a echar en falta.

En el sueño predomina el olor de la madera, la luz al fondo del pasillo, la voz alegre de los muertos desgranando maíz en la cocina a media tarde, el recuerdo hecho carne de algunas noches sin dormir frente al baile desnudo de la luna en el corazón de la ría, la rara certidumbre de que nada puede derribar aquella casa de la infancia cuando cierro los ojos aunque la hierba, piadosa, se expanda libremente por los muros y cubra los escombros del solar donde se alzaba.

La letra es un indicio infalible del estado de ánimo.

La agresividad es un ácido corrosivo que lo disuelve todo.

Tender la ropa es un acto de coraje al que se llega tras una dura lucha por no aceptar la rendición.

En la soledad hay mucha luz, sobre todo por dentro.

Vivimos rodeados de gente que habla con la escopeta cargada.

La gente muy segura de sí misma reduce a la mínima expresión la posibilidad de entablar un diálogo razonable.

Estaba tan seguro de lo que pensaba que podía cambiar de opinión sin darse cuenta.

Hay gente despectiva que ni siquiera lo sabe.

Ha sido un día productivo: he borrado diez páginas y consolidado un olvido.

Si es necesario, cambia de dirección, pero no te dejes atrás. O uno de los dos saldrá perdiendo.

Hay piedras que brillan en el barro para que yo las junte con la ilusión de un niño que construye por fin la casa que soñaba, velas de tiempo, huellas que nadie ve salvo la luz de mi memoria.