Siempre
recuerdo lo que decía: “a partir de los 45 todos somos bombas de
relojería”. A ella le estalló a los 61 después de una lucha
áspera y larguísima en la que estuve a su lado, tan lúcido como
impotente. Todos hemos pasado por algo similar. Me resulta extraño
que nunca, nunca, estemos preparados.