Llegué a creer que bastaría la intención para vivir en paz, la reflexión a solas y el silencio, el amor a las cosas más humildes, la costumbre de esperar la luz del alba como un hijo la caricia antes del sueño, la voluntad de ceder ante los otros si sufrían o estaban solos o me amaban. Que iba a ser suficiente una palabra a media voz o una mirada. Ahora sé que se trataba de un error de cálculo. Ahora sigo, casi siempre callado, el camino más antiguo, el que no tiene atajos, y escucho, paso a paso, descreído, sin hacer más preguntas, el inmortal lenguaje de la tierra y su silencio.