No tengas nunca prisa, pero no dejes de ir.

Si miras atentamente lo más pequeño es posible que lo veas todo.

Los días, cuando quieren darse cuenta, han empezado a rendirse.

Levantarse como nuevo es todo un logro.

Solo sabes que te dicen la verdad cuando les ves hacer lo que te dicen.

La felicidad tampoco sabe si es la felicidad.

Perdió su lugar empeñado en estar en todas partes.

Te echo de menos antes de que te vayas. Para que no me pille de sorpresa.

Hay poemas que nada más salir del cascarón se  echan a volar y se pierden en el bosque sin que podamos hacer nada, salvo esperar a que vuelvan.

No le digas al del espejo lo que él te dice cada día: vas para viejo.

Desconcierta bastante, al despertar, no saber gran cosa del que fuimos ayer.

Cuando me atosiga el estruendo en cualquiera de sus formas, guardo silencio hasta que me escucho a mí mismo. Aunque no siempre me guste lo que tenga que decirme.

 La casa es el lugar donde más fácil resulta que se aquiete el mundo.

Hay miradas que huyen, miradas que hablan, miradas que vuelan, miradas que mueren sin rendir la mirada.

Vuelvo a ser un niño cada vez que veo a un niño cruzar un charco con la sonrisa apenas dibujada en la cara.

Lo que se gana lentamente se puede perder en un instante, por eso es necesario mantener el ritmo.

A la intemperie se abren los caminos más inesperados.

Cada vez que entiendes las razones de otro se tambalean las tuyas, lo que es de agradecer.

No sé si les saldrán las cuentas a los que lo viven todo a cuentagotas.

Ahonda solo en lo que no tiene precio, aunque te tomen por loco.

Falta poquísimo para que todas las fotos sean la misma: todo el mundo mirándose al espejo.

 Amar, amar a fondo, como saben los que lo hacen a diario, es una anomalía.

Todos los días, en los más remotos lugares de la tierra o, sin ir más lejos, en el cuarto de al lado, un hombre, una mujer, un huérfano, un anciano sin gente, un niño que juega solo junto a un pozo, han de vencer el desamparo para que el mundo no se venga abajo.

Hoy busco otro calor entre los pliegues del día. Para ofrecerle el mío si llegara.

Esos días en que el mundo, ahogado en su propio estruendo, no escucha la voz entrecortada de los solitarios que lo pueblan.

A veces se levanta uno del sueño algo aturdido, sale a la calle y se lo encuentra, palpitante, real, en el camino. Como si le estuviera esperando.

Con que me mires basta para prender la llama. Piénsalo bien si te atreves a tocarme.

No es fácil darse cuenta de que solo necesitamos lo que hacemos.

Qué efímera la vida de algunas flores. Qué eternas las piedras del camino. Tu paso entre unas y otras, qué tenaz y qué volátil.

La infancia es el agua del pozo de la que siempre bebemos.