Si
tuviera dinero podría, por ejemplo, cambiar el mobiliario —un sofá
nuevo, un arcón de caoba donde guardar las mantas hasta el próximo
invierno—, comprar muchos más libros, no hacer cálculos a la hora
de salir a cenar, emprender algún viaje. Cosas todas que, en sí
mismas, no me harán más feliz.