Después
de mucho andar, encuentras entre la gente, como caído del cielo, el
verso que se te resistía en casa. Como suele suceder, es de una
sencillez conmovedora, preciso como una cuchillada. Te lo llevas
apretado debajo de la piel. Aunque lo anotes en el cuaderno, sabes
que le pertenece a quien lo ha dejado caer como si nada al pasar a tu
lado. Tu único mérito es haberlo recogido antes de que se lo
llevara el vendaval.