Como
los gatos, que no pueden evitar asomarse al abismo (es verdad que con
extremada cautela), podemos sentir una atracción irresistible hacia
algo o alguien que nuestra sensibilidad rechaza sin paliativos. Se
trata de una contradicción que no hay manera de explicar, sólo cabe
constatar la inquietud que nos provoca descubrir que somos también
otro a quien no podemos entender.