La
acacia de la casa de enfrente está cuajada de flores que bailan con
suavidad al son que les marca el viento. Este año ya se han
acostumbrado a verme sonreír en la ventana. Siempre está ahí
cuando me asomo, por necesidad o por descuido, como una de esas
compañía fieles que tal vez no agradecemos como debiéramos.