domingo, 24 de marzo de 2019

Camino siempre algo distraído, así que se ha vuelto tan fastidioso como normal que algún conductor –¡hay que ver cómo se irritan! me toque el claxon. Quiero decir las narices. También, en días de lluvia, algún otro me ha empapado de arriba abajo al meter la rueda en el charco como quien entra a matar al volapié. Debería poner más cuidado, lo sé: no los veo venir. Por precaución, eso sí, he ido adoptado la costumbre de cambiarme de acera de vez en cuando. Por nada en especial, ni me persigue nadie ni protagonizo ninguna de esas aventuras emocionantes que la gente se inventa o dice que le pasan. Tampoco creo que vaya a eludir las embestidas de los automóviles. Sólo se trata, más allá de los peligros reales o fingidos que pueda correr, de verme venir a mí mismo. Qué menos.