Me
siento frente al mar de mi niñez, callado, como si fuera el primer
día. Por más estruendo que se empeñe en hacer el mundo, estamos
solos. A salvo. El mar y yo. Este mar. El tiempo, ¡pobre!, se
desorienta, no sabe si quedarse o seguir viaje. Quizá porque no
entiende que, por una vez, ha de ser él quien espere. Y en la
profundidad del silencio, a mi lado, como un rumor, la voz de
siempre...