La
mayoría, algo exhibicionista, llora a la vista de todos. Unos pocos
lo hacen en la penumbra de su corazón. Quizá porque entienden que
el dolor es algo íntimo, una emoción que hay que expresar en voz
baja, una herida que hay que susurrar al oído de una persona capaz
de compartirlo. Si es que tienen la suerte de encontrar ese tesoro.