Esta
vieja costumbre de caminar me ha llevado, esta tarde, muy lejos: he
comprendido al fin el rumbo esencial de mi destino en la espalda del
hombre que paseaba delante de mí con la mirada dos pasos por delante
de sus pies como el cayado de un ciego. Cuando empezaba a vislumbrar
también el trasfondo más oscuro de su vida he doblado la esquina.
Por pudor y por respeto, desde luego, pero también por miedo de
reconocerme.