En
el origen de un poema, un cuento, una novela, sólo hay una frase. A
veces la música, la sospecha de una frase. En las ocasiones más
memorables es la que abre el telón. Lo más habitual, tal vez,
aunque el autor sepa que es el tuétano mismo de la obra, es que
permanezca para siempre oculta a los ojos del lector. Puede aparecer
de golpe (un verso que me sorprende al doblar una esquina y da
principio al poema que está milagrosamente terminado al final del
día) o tardar años en hacerse audible. Las más enigmáticas son
las que me acompañan durante años, exiliadas bajo una capa de
olvido en el fondo de una carpeta, hasta que un día encuentran una
cueva en la montaña, un claro en el bosque o una tierra cordial en
la que echar raíces. El cauce al que pertenecían sin saberlo.