sábado, 18 de junio de 2016

Veo con asombro mis rasgos en los del músico callejero que me tropiezo en el pasadizo de la Plaza de Colón: barba descuidada de varios días, cigarrillo en los labios, un petate en el suelo, una guitarra, un perro que dormita enroscado sobre sí mismo. Extrae del instrumento unas notas muy leves, como si le estuvieran naciendo entre los dedos, nuevas, en ese mismo instante. No levanta la vista para mirar a la gente que pasa. No pide nada. Sabe que su vida vale lo mismo que la de cualquier transeúnte.