Una
razón entre otras para perseverar en el hábito del viaje: curiosear de madrugada en el
ajetreo de los mercados, absorber la transparencia del aire en
los puertos de mar, quedarse mirando la
tarea silenciosa de las tejedoras en el muelle, el perfil de una
anciana que sonríe a las luces del pasado, las manos quietas de
aquel hombre que permanece sentado en la penumbra del café como si
todavía esperara verla entrar por esa puerta.