Quien
no descubre la belleza cuando es un niño, quien no siente esa
confusión hecha de asombro, de terror y de deseo, no la descubrirá
nunca. Estará libre, eso sí, de la condena que la belleza acarrea:
la añoranza perpetua, la búsqueda de la repetición de un instante
contra cuya memoria no puede nada el transcurso del tiempo.