La
experiencia enseña que no conviene hacer juicios apresurados. Las
cosas no son lo que parecen. Lo más importante, muchas veces, es lo
que no se ve, lo que se dice a nadie, lo que la propia conciencia va
desvelándose a sí misma con asombro. Con la seguridad de que
llegaremos al final sin alcanzar a decirlo todo.