He
matado, con un golpe involuntario de la uña, un insecto que andaba
incordiando en la pantalla del ordenador. Quizá buscaba su acomodo
en el mundo, como cada uno de nosotros. No diré que he sentido
culpabilidad. Pero sí una cierta sensación de abismo: el relámpago
de la fragilidad que esconde toda forma de vida. La muerte es también
así para los hombres. Un dedo que de pronto nos aplasta.