miércoles, 16 de marzo de 2016

He matado, con un golpe involuntario de la uña, un insecto que andaba incordiando en la pantalla del ordenador. Quizá buscaba su acomodo en el mundo, como cada uno de nosotros. No diré que he sentido culpabilidad. Pero sí una cierta sensación de abismo: el relámpago de la fragilidad que esconde toda forma de vida. La muerte es también así para los hombres. Un dedo que de pronto nos aplasta.