Hay
momentos que parecen no tener final: el calor del verano, las noches
de insomnio, el silencio misterioso de las montañas, aquel dolor que
estuvo a punto de aniquilarnos, esta alegría inesperada. Por eso nos
queda siempre una sensación de pérdida cuando las cosas dejan de
interesarnos o cuando partimos de un lugar donde sentimos, con todo
el cuerpo, que la felicidad era posible.