Esa
prisa de algunos por llegar antes les hace perderse la belleza de
algunas paradas, les impide sentarse en un tronco caído a escuchar
lo que dicen las voces que más importan: el viento que se detiene un
momento a columpiarse en las ramas del naranjo, el mar que se
sorprende de pronto de su propio silencio, la mujer que canturrea su
canción de cuna a la hora de la siesta abstraída del mundo, los
pasos inestables del anciano que cada día cumple el mismo camino
sin remordimiento.