El
misterio de una flor que empieza a marchitarse en el instante sublime
de su esplendor. La veo morir en el salón de casa y su cesar callado
me conmueve. Corto el tallo con un sentimiento de tristeza para que
la parte todavía saludable de la planta no se debilite. ¿No hacemos
también eso con nuestra vida, extirpar la rama que nos daña, regar
–incluso con las lágrimas de la pérdida– lo que conserva algo
de verdor?