miércoles, 29 de julio de 2015

Un asunto que entretiene mucho a los humanos en este fin de siglo es la estadística, para regocijo de sociólogos y otros expertos adictos a esa rama del saber. Se calculan concienzudos porcentajes acerca de cualquier cosa: la producción moluscos en el Cantábrico, el número de turistas que cruzan por una puerta, las veces que tropieza la Ministra de Cultura, el sentimiento religioso de los adolescentes rubios de la provincia de Logroño, el aumento en el consumo de pasas, la tristeza de los pájaros cuando llueve muy seguido, las veces que los enfermos de próstata van al baño, si Dios existe o solamente sobrevive, si la juventud es más o menos conservadora que hace diez o doce días, si el epitelio de los gatos contribuye a la contaminación o la mitiga, si la inteligencia de las chicas es un 23% menos abstracta que la de los chicos y la pulsión violenta de éstos un 99,9% más acusada que la de aquellas. Nada escapa a la omnipotencia de esa diosa.