Un
asunto que entretiene mucho a los humanos en este fin de siglo es la
estadística, para regocijo de sociólogos y otros expertos adictos a
esa rama del saber. Se calculan concienzudos porcentajes acerca de
cualquier cosa: la producción moluscos en el Cantábrico, el número
de turistas que cruzan por una puerta, las veces que tropieza la
Ministra de Cultura, el sentimiento religioso de los adolescentes
rubios de la provincia de Logroño, el aumento en el consumo de
pasas, la tristeza de los pájaros cuando llueve muy seguido, las
veces que los enfermos de próstata van al baño, si Dios existe o
solamente sobrevive, si la juventud es más o menos conservadora que
hace diez o doce días, si el epitelio de los gatos contribuye a la
contaminación o la mitiga, si la inteligencia de las chicas es un
23% menos abstracta que la de los chicos y la pulsión violenta de
éstos un 99,9% más acusada que la de aquellas. Nada escapa a la
omnipotencia de esa diosa.