viernes, 29 de mayo de 2015

No me gustan demasiado la mayoría de las fotografías porque inmovilizan la vida y desvirtúan la expresión del retratado, la fusilan para siempre en una de sus múltiples posibilidades. Al fin y al cabo, no es más que el efecto de un disparo. Me escama esa pretensión de fidelidad con que parece decirnos: “así eras tú hace diez, veinte, treinta años”. Demasiado fácil. No dice nada de cómo era dos minutos antes, de las ilusiones que probablemente ardieron esa tarde, del misterio o el miedo que tal vez se está gestando detrás de una mirada absorta, de los sueños que la noche anterior me desvelaron. De lo que estaba empezando a ser. Salvo aquellas, claro, que revelan el alma del fotógrafo.