No
me gustan demasiado la mayoría de las fotografías porque
inmovilizan la vida y desvirtúan la expresión del retratado, la
fusilan
para siempre en una de sus múltiples posibilidades. Al fin y al
cabo, no es más que el efecto de un disparo. Me escama esa
pretensión de fidelidad con que parece decirnos: “así eras tú
hace diez, veinte, treinta años”. Demasiado fácil. No dice nada
de cómo era dos minutos antes, de las ilusiones que probablemente
ardieron esa tarde, del misterio o el miedo que tal vez se está
gestando detrás de una mirada absorta, de los sueños que la noche
anterior me desvelaron. De lo que estaba empezando a ser. Salvo
aquellas, claro, que revelan
el alma del fotógrafo.