No
hace mucho, en pleno invierno, como si hubiera amanecido uno de esos
días de claridad luminosa que nos obligan a cerrar los ojos para
evitar el fogonazo, el temblor se ha mostrado dentro de mí en su
forma más nítida. Como si me naciera en algún lugar remoto de la
sangre. No he imaginado, he visto el rostro de todos
los humanos que dejaban un beso en las manos, la frente, los pies, la
espalda, el sexo, los labios de un ser querido sin saber que era la
última vez.