Nadie
tiene control sobre su destino. Una simple palabra de otro, su
decisión repentina de ausentarse, su sonrisa, su voz grave o su
silencio pueden devolverte la alegría o agrietar las paredes que te
protegen. Quizá si no dejas de caminar con tu legendaria lentitud,
con ese paso que imita el desplazamiento de las nubes, encuentres un
día un lugar en el que nada de eso pueda ocurrir. No te detengas
hasta que suceda.