viernes, 6 de marzo de 2015

Los personajes de una novela cobran, en la percepción agudizada del solitario, una entidad casi física que supera a la realidad o, en los mejores casos, la sustituye: los oigo hablar, los veo removerse inquietos en sus camas, me hago cargo de su sufrimiento, comparto sus esperanzas, sus amores, sus logros y sus fracasos. Siento el corte que se hacen en la mejilla al afeitarse, huelo sus perfumes, me irrita su prepotencia y me conmueve su bondad. Me atañen su dolor y su deseo hasta sentirlos como propios. La respiración bronca de algunos es una buena compañía en las tardes aciagas: quiero decir que es una compañía.