Sólo merece nuestro respeto lo que ha
conseguido sobrevivir a las trampas de la ensoñación, a los olvidos con que
intentamos tapar las decepciones de la vida. Ni siquiera nos desilusiona, al
hacer recuento, comprobar que se trata de instantes muy fugaces y emociones elementales.
La luz de una bombilla en el cuarto donde murió el abuelo. Una mirada que nos
dice adiós. Un silencio. El hueso del dolor. Un rostro humano detrás de todo
eso.