Tendré siempre nostalgia del mar porque
no pone límites a la mirada. Es el cuadro del que un dios improbable nunca se
da por satisfecho, una obra siempre en curso, el símbolo vivo de una creación
exigente y caótica. De esa insatisfacción nace la violencia de las tormentas,
la letanía de los naufragios, la
belleza sobrecogedora de sus arrebatos, la magia de sus nieblas, su quietud repentina, su silencio y sus bruscos cambios de talante.